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Fabrizio.- Los protagonistas de dos novelas asombrosas que están entre mis favoritas comparten el mismo nombre: Fabrizio. Uno es Fabrizio del Dongo, el héroe de La Cartuja de Parma que, al comienzo de la trepidante novela, vaga errático por la batalla de Waterloo, llegando tarde a todo, antes de volver a Parma y caer doblemente preso: en el amor de Clelia y en las intrigas políticas de la duquesa Sanseverina. El otro es Fabrizio de Salina, el titánico y decadente Príncipe siciliano que Giuseppe Tomasi di Lampedusa, en El Gatopardo, sitúa en el vértice del cambio entre un mundo que termina y otro que comienza, a mediados del XIX. Tomasi, ferviente admirador de escritor francés –qué buenas sus Lecciones sobre Stendhal–, le rinde un homenaje al poner el mismo nombre al protagonista. Pero le une algo más: al igual que Stendhal, Lampedusa también se identifica plenamente con su Fabrizio inventado. Es el nombre de sus alter ego respectivos. Incluso me atrevo a sugerir une lectura audaz: considerarlos el mismo personaje en evolución, de joven en La Cartuja, de maduro en El Gatopardo.

Fábula.- Todas las novelas fabulan, es decir, todas las novelas inventan. ¿Quiere eso decir que mienten? En absoluto. Ninguna novela es mentira ni mentirosa. No serán sinceras, pero dicen la verdad. Bien lo dijo al respecto el polaco Witold Gombrowicz, cuando escribió que en la literatura la sinceridad no conduce a ningún parte. “El artificio permite al artista aproximarse a la verdad”.

Fama.- Diosa que Virgilio llama “voz pública”; Ovidio, en las Metamorfosis, describe su casa como tumultuosa: “Noche y día está abierta; todo retumba en ella. No hay reposo en su interior ni silencio”. Tengo para mí que equivale a maldición. Rainer María Rilke, en Los apuntes de Malte Laurids Brigge, escribió: “Si el tiempo pasa y ves que tu nombre circula entre la gente, no te lo tomes más en serio que las demás cosas que salen de su boca. Piensa que se ha estropeado y quítatelo de encima. Adopta otro, uno cualquiera, para que Dios pueda llamarte de noche. Y ocúltaselo a todo el mundo”. Deduzco que no es aconsejable ser famoso: obliga a repetir siempre el cliché de uno mismo. Para los libros, solo es recomendable la fama póstuma.

Fanatismo.- Comportamiento de corte irracional del individuo sectario, entendiéndose por tal quien no comprende otra verdad que la creída y sostenida por él. De natural excluyente, su personalidad se basa en la ausencia de lecturas, ondeamiento de banderas, exacerbado amor por lo geográfico y un repelente victimismo cultural. Suele aplicarse al mundo deportivo y religioso, en todas sus variantes. Cuando se aplica en política, es institucional. Pocos escritores fanáticos han pasado a la Historia. Louis-Ferdinand Céline es excepción.

Fantasma.- Vinculado al deseo. Un fantasma es un deseo que no se cumple. En la vida, se manifiesta a los mortales en el ámbito privado, de ahí que no se luzca en público. Su realidad es esquiva e intangible. Se abusa del fantasma como imagen de los muertos que no se van, pero en realidad un fantasma es la obsesión por una ausencia, ya de una persona, ya de un objeto o ya de una idea que no existen en materia. Los fantasmas torturan o regocijan, como los recuerdos, de cuya naturaleza participan. Y no es extraño verlos, cada quien tiene los suyos propios, con los que convive y a los que sucumbe. En la literatura, Lovecraft y M. R. James los pretenden todos malévolos y destructivos. Gautier y Hoffman los describen como presencias ominosas que cambian la historia de la gente. Dickens usa uno para moralizar. Los de Le Fanu y Machen nos ponen los pelos de punta. Los de Stephen King nos quitan el sueño. Borges cree en ellos. A mí me hablan.

Faulkner (William).- El mayor escritor norteamericano después de Herman Melville. Gabriel García Márquez tenía tendencia a imitarlo. Es inimitable. Leerlo da sed y produce envidia.

Felicidad.- Pretensión de que algo o alguien permanezcan. A la persona feliz la suerte le sonríe; y porque le sonríe, es feliz. No es apta la felicidad para los cobardes, salvo en forma de sucedáneo. Los cuentos de John Cheever la buscan sin parar. La poesía de Cavafis y la de Machado la rozan.

Fetichismo.- Fascinación por el objeto convertido en tótem. Por ejemplo, un ejemplar de Las flores del mal dedicado por Baudelaire, el bastón de Stevenson, la cámara de Cartier-Bresson, etc. En el Quijote hay una variante de fetichismo, cuando al final Cervantes (o el autor de la novela) le cede la palabra a la pluma con que ha escrito el libro. Dice así la pluma: “Para mí sola nació don Quijote, y yo para él: él supo obrar y yo escribir, solos los dos somos para en uno”. ¡Cómo no amar esa pluma!

Fiesta.- Ser tú la fiesta de otro. Hermoso creerlo, más aún conseguirlo. Eso es escribir.

Final.- Casi todas las novelas tienen un punto al final, un punto final-final, valga la redundancia. Hay pocos casos en que no. En Finnegans Wake, portentosa obra de James Joyce de ilegibilidad garantizada, la última palabra (“del”) remite sin punto a la primera (“río) sin mayúscula, de manera que al terminar el libro ha de empezar a ser leído otra vez, porque lo que se pretende es crear un bucle en el que la lectura sea circular e interminable. Es curioso que esta propuesta se dé en una novela que es imposible de leer más de dos minutos seguidos.

Fragmento.- Arthur Machen es un autor que no debe ser encasillado como de terror, ya que es un escritor único, como lo son Lovecraft o Philip K. Dick. Su relato “El gran dios Pan”, por ejemplo, causa una sensación desasosegante como pocos textos lo consiguen. Al igual que es turbadora su novela Los tres impostores (con tantas reminiscencias de Nuevas noches árabes, esa inquietante joya de R. L. Stevenson). Pero, de toda la obra de Machen, creo que Un fragmento de vida es su novela más extremadamente significativa, porque es la sutil entrada del misterio en la cotidianidad de un hombre que percibe cómo su individualidad lo abandona para integrarse en un cosmos sin pasado, en el que se sueña lo real pero, al despertar, se está en otro mundo histórico. Cabe preguntarse, al cerrar el libro, si nuestra vida no será más que un fragmento cósmico, una molécula de la tinta con que está hecha cada letra de un libro de millones de palabras en millones de páginas. Machen inculca estos estremecedores pensamientos.

 

>> Publicado en El Norte de Castilla

 

 

 

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