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Laberinto, Lérmontov, Lobo...

 

 

 

 

 

 

 

 

Laberinto.- Hay un poema así llamado, “Laberinto”, de la poeta Wislawa Szymborska. Toda su poesía es una luz universal. Quien entra en esta escritora ya no sale nunca, por fortuna. Sus poemas parecen escritos en una especie de susurro que el lector siente cercano y personal. “Escribe para mí”, suele sentir el lector cuando termina cualquier poema de esta gran Premio Nobel. Dice así el poema: “Debe haber una salida de aquí, / eso es más que seguro. / Pero no eres tú quien la busca, / es ella la que te busca a ti”.

Labio.- Proust pensaba que los labios no estaban bien hechos para besar. Para Emma Bovary los labios son el lugar de donde proceden las palabras amorosas, pero no habla de sus besos. Los besos de Flaubert, a tenor de lo que dice en su voluminosa correspondencia, fueron más bien contados y por lo general prostibularios (si exceptuamos los que dio a Louise Colet). Quien sabía más de besos y labios era Emilia Pardo Bazán, mujer extraordinaria y escritora descomunal.

Laura.- Amor de Petrarca y de muchos más.

Lector.- Hay dos clases de lectores, los que leen la misma novela siempre y los que no. Los que avanzan y los que se quedan. En reciprocidad, lo mismo se puede decir de los escritores.

Lenin (Vladimir Ilich).- Wallace Stevens, en su poema “Description without place”, escribe: “Lenin, sentado en un banco junto a un lago, espantó / a los cisnes. Él no era un hombre de cisnes”. Creo que es lo mejor que he leído sobre el leninismo.

Lérmontov (Mijail).- Agitada fue la corta vida de este escritor y militar ruso, que nació en 1814 y murió en 1841, como si la mera inversión de las cifras de su nacimiento presagiaran el final ya en el inicio, cifras jugando a los dados. Coetáneo de Pushkin, al igual que este se mofaba fríamente de la corte de su zar Nicolás I y fustigó con altivez las costumbres de la sociedad que con magnitud titánica describió Tólstoi. Lérmontov era oscuro y demónico y carecía de piedad con la estupidez. De él dice el crítico e historiador Angelo Maria Ripellino que era “indócil, malvado, altanero, unívoco en las pasiones, enemigo de compromisos”. Tenía, pues, algo de Lord Byron y no escatimaba los duelos temerarios, casi todos en el Cáucaso, donde sirvió con valentía. De hecho, murió a resultas de uno de ellos. Escribió una obra maestra sobre el destino y el azar, Un héroe de nuestro tiempo, novela que es uno de esos artefactos de insobornable modernidad y cuya lectura causa una sorpresa inolvidable, por lo asimétrica, laberíntica y esquiva narración que es. En muchos aspectos, anticipa a Antonin Artaud o al colombiano José Asunción Silva.

Ligereza.- La literatura ligera termina por aburrir a base de repetir su inanidad. Florecen novelitas, muchas de ellas negras. Se deshacen entre las manos de la lectura, por así decir. Pero, cuidado, no confundir la ligereza que propugna Italo Calvino en su profético libro Seis propuestas para el próximo milenio con la trivialidad en la que se refugian lectores y escritores “que solo quieren entretener”. Una cosa es no tener lastre y otra bien distinta no tener sustancia.

Lluvia.- La novela Déjala que caiga, del escritor y viajero cosmopolita Paul Bowles, se abre con una cita de Shakespeare que alude a la lluvia. Desde el inicio transmite una sensación de humedad constante, en una Tánger gris y tormentosa. La lluvia persistente lo empapa todo. Incluso hay un atisbo de delicuescencia en su protagonista, ese Nelson Dyar, uno de mis personajes literarios favoritos, borrado por la lluvia, cercano al Fowler de Graham Greene en El americano impasible. Ambas novelas y ambos protagonistas están marcados por una lluvia que lo envuelve todo de desencuentros y de promesas de vida nueva inalcanzable, como en las obras del maestro Onetti.

Loco.- La figura literaria del loco es, por encima de cualquier otra, Don Quijote, desde luego, como él mismo dice al final del libro, ya en su aldea, bienmuriendo y con la cordura recobrada. “Yo fui loco y ya soy cuerdo”. Otro genial loco cervantino es Tomás Rodaja, el protagonista de El licenciado vidriera, una de las Novelas ejemplares, quien, merced a un hechizo con membrillo un tanto cutre, entra en la locura de creerse de vidrio. Nadie podía tocarlo, so riesgo de romperlo, pero podían preguntarle cualquier cosa, que de todo sabía y para todos tenía respuesta. No en balde era licenciado. Y en su locura, como Don Quijote, Rodaja se sentía un hombre libre. Pienso de pronto en otro loco muy distinto, más actual y torturado: el John Givings de la novela de Richard Yates Revolutionary Road. John Givings es un joven matemático con un desorden mental que le lleva a decir la verdad y exige al matrimonio Wheeler que lleve hasta el final su intención de huir del “indescriptible vacío” de sus vidas, como han planeado, pero no lo harán.

Lobo.- De las historias de licantropía, siempre llama la atención una serie de elementos recurrentes: el aullido de los lobos en la noche helando la sangre de quien lo oye; la figura de la Luna poseyendo al hombre-lobo con la fatalidad de un hechizo; la transformación en otro ser, un ser tan temible como vulnerable y, por tanto, feroz y desvalido a la vez; la astucia del lobo para maquinar objetivos malvados que la virtud lleva al fracaso; la identificación psicoanalítica del lobo con el sexo masculino y, en fin, la muerte del lobo-hombre como única redención de su turbia existencia. Los cuentos de hadas están poblados de esos licántropos que tanta fascinación ejercen y tanto deseo acumulan. Y eso que el lobo es hermoso y solitario, más bien pacífico y dado a la melancolía. Son las perversas caperucitas rojas las que lo sacan de quicio.

Low cost.- Todo, en cultura, ya es así.

 

 

>> Publicado en El Norte de Castilla

 

 

 

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