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Nakazawa, Nietzsche, Nostromo...

 

 

 

 

 

 

 

 

Nacionalismo.- Se entiende como tal la erección exacerbada de monumentos –humanos o minerales– a la nación como Bien Supremo, por encima de cualquier otro valor, persona, circunstancia o pensamiento. Está demostrada su inmoralidad porque se emparenta con la xenofobia y el totalitarismo étnico. Su coartada suele ser ambiguamente democrática. Muchos escritores nacionalistas del siglo XIX pasan hoy por héroes, muchos escritores nacionalistas actuales por obtusos. La literatura perdurable es antinacionalista por antonomasia. Pongamos por caso a Seamus Heaney, un poeta patriótico que superó el  nacionalismo con su poesía antinacionalista. Era de Derry (Ulster), fue Premio Nobel en 1995, mezcló poética con política identitaria, pero nunca perdió el latido de la conciencia universal ni confundió la tierra amada con la única tierra. Léanse sus libros Norte o La linterna del espino para empezar a distinguir lo noble de lo horrible, si se habla de naciones.

Nakazawa (Keiji).- Este gran dibujante japonés (Hiroshima, 1939 – Tokio, 2012) tenía apenas seis años cuando estalló la bomba atómica sobre su ciudad natal (y sobre la Historia). Aquel hecho lo marcó, como a Japón entero. Realizó una obra magna, Pies descalzos. Una historia de Hiroshima, un comic manga de 2.500 páginas, publicado en cuatro volúmenes, que llegó a obsesionar al gran Art Spiegelman, autor de Maus, porque enseguida fue mucho más que un comic. Su naturaleza es la de una obra magna de la cultura mundial, como las obras de Tólstoi o de Balzac; es desgarrador, detallista, narrativo, crítico, luminoso, antibelicista y esperanzador. Es tenido por uno de los mayores alegatos que se han escrito (dibujado, perdón) contra las bombas atómicas, las guerras y la sumisión de los pueblos que siguen a un líder tiránica y estremecedoramente estúpido.

Nativo.- Siempre hay que respetar la experiencia del nativo. Desde cualquier óptica, se trata de alguien que conoce el lugar mejor que tú. Ejemplos literarios al azar: Saul Bellow y Chicago, Teju Cole y Lagos, Dolores Redondo y el Baztán, Fernando Aramburu y el País Vasco, Patrick Modiano y París, Rubem Fonseca y Río de Janeiro. La lista sería larga y convincente. Por otro lado, un nativo también es útil para coger setas o interpretar lenguas.

Nietzsche (Friedrich).- Es menos que un filósofo y más que un escritor. Desde luego, nada académico conjuga con él. Produce, a partes iguales, una mezcla de osadía tierna y lucidez profunda, dada su figura de pensador impulsivo e ingenuo que da en el clavo y termina encontrando la verdad de las cosas. ¿El precio? Extraviarse a sí mismo en las brumas de un pensamiento inexplorado. Escribió un libro inclasificable: Así habló Zaratustra. Trata de la innegociable libertad y, por tanto, es más bien incomprensible, salvo si se lee como un mapa de destellos insuperables.

No.- En Bartleby el escribiente, la novela corta de Herman Melville, Bartleby nunca dice no y siempre está negando. O más que negando, está eligiendo la inmodificación, la pasividad, la inexistencia. Es la periferia pura por antonomasia: no tiene biografía ni se le puede imaginar una; no tiene iniciativa salvo copiar documentos; no hace ni mucho ni poco, o lo hace mínimamente, partiendo de la desgana, con ese “preferiría no hacerlo” que es la frase con la que siempre está respondiendo a cualquier proposición. No tiene ni nombre (solo ese Bartleby al que se alude como si fuese el “Nadie” de Ulises/Homero). Es la antiliteratura, la imposible reducción al relato. Es, en realidad, tal como concluye Melville, alguien intransitivo, quizá intranscendente: la humanidad misma, que elude todo dato y toda interpretación para no tener que posicionarse ante nada.

Nostromo.- Pasa por ser la más extraña novela de Joseph Conrad y también un muestrario de su portentoso mundo narrativo. Sucede en Costaguana, una república imaginaria en el Golfo de México cuya capital es Sulaco. En la trama de la novela se interrelaciona un cúmulo de seres extravagantes, trágicos, grotescos y dramáticos, entre los que destaca Nostromo, antiguo marino y actual capataz del puerto, antihéroe muy del gusto de Conrad. La novela da recorrido a muchos personajes, la mayoría de trazo inaudito: Charles Gould, al que dicen Don Carlos, quien dirige la mina de plata de Santo Tomé, de la que han robado un importante cargamento que se convierte en el desencadenante de toda la acción; su mujer Emilia; Monygham; Mitchell; Decaud; Avellanos; Hirsch y tantos otros. La novela tiene un carácter pretendidamente coral, como un mosaico político y humano que roza la farsa y la magia. Es indudable que García Márquez debió de considerar Nostromo como una referencia en El amor en los tiempos del cólera. Quizá porque también antes la tuvo como tal su maestro William Faulkner.

Nota.- Dícese de un texto paralelo, secundario las más de las veces, destinado a aclarar, especificar o apuntar una cuestión que puede o debe consultarse al margen de la lectura, por lo general después de esta y con un sentido complementario. Literariamente, son de gran atractivo para el escritor como senderos que se abren del camino principal y prometen desconocidos vericuetos a la imaginación. Algún escritor usa la nota como cuerpo novelesco principal: por ejemplo, el comentarista literario Vila-Matas.

Novela.- Es la forma platónica del mundo. Nada hay que una novela no pueda representar; es el género robusto por excelencia y puede contenerlo todo y a todos, esa es su fuerza y su vitalidad. Ya escribió Henry James, lector de visión de altura, que la plasticidad y la elasticidad de las novelas son infinitas. Su lectura es la ventana privada a la delectación imaginaria.

 

>> Publicado en El Norte de Castilla

 

 

 

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