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Hamás gana. Israel pierde (I)

Uno de los temas estrella de la campaña electoral israelí iban a ser los colonos de los asentamiento de Cisjordania. Y en ese asunto candente, ineludible para la izquierda (Meretz y Partido Laborista) y para gran parte de los votantes del Kadima, ocupaban un papel importante las inevitables concesiones territoriales, incluso el desmantelamiento final de esos asentamientos en un horizonte de plazos no lejanos. Lo llevaban en sus programas y en sus discursos, pero a regañadientes. El coste electoral de esa política, anunciada hace tiempo y abocada a empezar a cumplirse en la nueva legislatura, era muy alto. Evidenciaría aún más el desgaste de los partidos gobernantes en estos últimos años y supondría un baño de realidad que podría conducir a la propia sociedad israelí a conflictos internos desgarradores, como el de los ultraortodoxos de Hebrón. Prueba de ello era el descenso del Partido Laborista y del Kadima en las encuestas de hace unas semanas. Esto beneficiaría directamente al Likud de Netanyahu, totalmente partidario de negociar muy al alza el precio de esos asentamientos, dejándolos en todo caso al final de la lista de cualquier negociación futura. Antes se impondría conseguir seguridad y transmitir fortaleza, dar garantías de estabilidad: toda falla en el dificilísimo equilibrio de la seguridad sería un argumento para no salir nunca de Cisjordania, ya que el Likud esgrime como una debilidad la experiencia de salida de los colonos de Gaza. En este contexto, los partidos religiosos jugaban con su habitual ambigüedad, pero el Shas, de los sefardíes, lo hacía más aún porque, al ser un partido que tiene en su programa reivindicaciones sociales y estatalistas, está a favor o no de los asentamientos en función del papel ministerial que le otorgue un posible socio (Kadima, Likud, incluso laboristas). Así estaban las cosas hasta la intervención en Gaza del pasado 27 de diciembre, que ha enviado el asunto de los colonos a un limbo de posibilidades a cual más remota.

Se ha dicho que la intervención tenía un cariz electoralista encubierto, sobre todo para el Partido Laborista y el Kadima de Olmert (que ya es de Livni). No ha parecido muy encubierto, a tenor de los hechos y de las encuestas, que han trastocado el mapa de intención de voto: ahora todos vuelven a tener sus opciones intactas, y aunque al final Netanyahu sea Primer Ministro, habrá de serlo con un margen mucho más corto. Pero es obvio que la guerra de Gaza ha coincidido con el proceso electoral no por casualidad. Sin embargo, no era algo que sólo supieran los israelíes; también lo sabían en Teherán y en Hamás.

Sabían del gran beneficio a futuro que tendrían para Hamás las consecuencias de una provocación que, tras el fin de la tregua, supusiera políticas de extrema dureza orientadas a garantizar seguridad y firmeza, tanto en los partidos de la derecha como de la izquierda. Por eso la tregua se interrumpió precisamente cuando era oportuno para todos. Sabían en Hamás y en Hezbolá que ése sería el mejor momento para provocar a Israel y poner de nuevo centenares de muertos sobre la mesa –la munición más rentable de Hamás, dado el nulo valor por la vida y la sacralización de la muerte que está en su carta fundacional, The Charter of Allah (véase en www.palestinecenter.org/cpap/documents/charter.html)–, porque era presumible pensar que la aparición del presidente Obama en escena a partir del 20 de enero hará que, a corto plazo, se impongan políticas moderadas, y no sólo para Israel. En ese nuevo escenario, Mahmud Abbas y su partido pueden tener un papel significativo, incluso de liderazgo (escaso y discutible, pero aceptable), como lo tendrá una Siria más dúctil, y hasta el propio papel de Teherán se verá reforzado con el diálogo y la negociación. Porque la resistencia cínica que Irán ha plantado a la actual política de presión ha logrado un notorio triunfo: ser tenido como potencia emergente, guste o no. EE.UU. evitará incrementar los conflictos con Irán y le dará así un poco de oxígeno a Ahmadineyad, ahora con elecciones por delante. O sea que con Obama, Hamás perdería muchas opciones. Era, por tanto, el momento de provocar a quienes ya tenían necesidad de resarcirse por la derrota, “negociada a la europea”, de la poco inteligente guerra del Líbano: el ejército israelí, el gobierno debilitado de Olmert y los partidos embarcados en una campaña que se aventuraba centrada en la manera de salir de Cisjordania.


 

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