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Elvira Lindo (I)

“A la Tristeza le di los buenos días, y creí que la dejaba muy atrás.”
— John Keats

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Hablamos en un hotel de Bogotá. E. L. me dice que podría estar en el otro lado de la vida (en momentos sensatos e insensatos), que es precisamente donde le gusta estar casi siempre: en el otro lado de todo, en el otro lado de las cosas. Hay lluvia, es temporada de tormentas. Le gustaría estar al otro lado de la lluvia. ¿Es ése un lugar? Estar en el otro lado de la vida es estar en el otro entendido como radicalmente un no-yo. Elvira siempre viaja hacia lo otro, hacia los otros. Es lo primero que he aprendido de ella. Una virtud.

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Siempre se siente responsable, víctima. Comprende a las víctimas. Éste es su don más extraordinario. Se hace plural porque se pone del lado de quienes padecen. Lo que sea: un complejo o una tortura. O una injusticia. O un error.

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Su relación con el trabajo es dura. No se perdona. Pero es hedonista. No proletariza su ocupación del tiempo, su necesidad laboral. Posee un sentido de inevitabilidad con su trabajo, que le apasiona.

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Para ella la vida tiene que tener algo de aventura, le gusta rondar sola por las ciudades, pensar que su vida no está del todo hecha, que hay algo por descubrir.

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Tal vez sea esa la razón por la que el mundo literario de tertulias, charlas, mesas redondas, cenas, capillas, etcétera, en fin el "milieu", no le interesa mucho o, mejor dicho, no le interesa nada.

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Para E. L. la aventura está en aquello que posee un inequívoco punto desconocido, y para ella, el mundo literario es extremadamente previsible, nada aventurero en sí. La aventura siempre es personal, sobre todo entre escritores. Piensa que es fácil imaginar lo que van a opinar muchos colegas antes de que hablen.

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Cree que el escritor se ha convertido en alguien demasiado recurrente en la vida pública. Cada vez más ella procura estar presente sólo mediante lo que escribe.

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En Nueva York le gusta sentir que tiene un alma joven, que no lo tiene todo hecho en la vida, le gusta conservar la capacidad de asombro.

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Mantiene una curiosidad enfermiza por las vidas ajenas, pero no exactamente por las de la gente relevante o popular, esas vidas le interesan menos, cree que es más interesante adentrarse en las vidas de gente que es ajena a tu mundo.

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Desde pequeña le gustaron las casas de los demás. Si iba con sus padres a casa de unos amigos suyos, con la excusa de ir al baño se metía por las habitaciones. Nunca lo hacía por cotillear; se trataba de otra búsqueda, de una necesidad de sentir en ella otras vidas. De aquella experiencia, paradójicamente, surgió la naturaleza de su escritura: comprender a los demás a la vez que detesta interferir en la vida de los demás.

CONTEXTOS: Infancia: su madre, ama de casa. Operación a corazón abierto. Su salud. Su muerte. Discusiones con su padre, pasión entre ellos. Para ella es la serenidad y la felicidad. Cuando muere su madre, Elvira tiene 16 años. Su vida da un vuelco.

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En Buenos Aires hablamos de 'Una palabra tuya'. Es una novela emotiva y dura, el retrato de dos personajes (aportación extraordinaria de E. L. a la historia de la literatura española como escritora sólida), de dos mujeres, de dos figuras de un mismo espejo deformante, de dos trayectorias vitales, una hacia la nada triste desde una vida triste, y la otra hacia el futuro desde una vida redimida. Y en medio de todo, la piedad y el perdón y la redención: la misericordia a la manera de Galdós.

CONTEXTOS: Su padre es auditor de Dragados y Construcciones. Infancia y adolescencia entre Cádiz, Mallorca, Alicante... Sin raíces. Trabajo: oportunidades. Radio Centro, en Pueblo, en Madrid, en Málaga.

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Cree que hay personas más racionales que ella, personas que aceptan la idea de la limitación de la edad y de la fugacidad de la vida. A E. L. ese pensamiento siempre la hace infeliz.


 

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