Otra Galaxia › Listado de columnasArissa

Arissa

Arissa-Atxaga

 

 

 

 

 

 

 

 

5 de junio
         He visto una foto excepcional de un fotógrafo excepcional. La foto se titula ‘El perseguido’. Es un contraluz en una calle en curva, un hombre con sombrero y gabán avanza por la calzada con las manos en los bolsillos, hace frío, quizá sea un hombre apacible; el sol parece de atardecer y proyecta la sombra del hombre en un suelo adoquinado. Es una escena de los años treinta, posiblemente. Lo que vuelve enigmática esa foto, revelando un instante insólito como los que buscaba captar el gran Cartier-Bresson, es que hay dos sombras. Existe otra sombra detrás de la sombra del individuo que camina; pero no se ve a quién pertenece esa segunda sombra, está tapado por el único hombre de la foto. Esa sombra sin cuerpo lo trastoca todo, crea de la nada una historia posible y verosímil: a raíz del hecho de que tiene detrás otra sombra que no es la suya, el hombre de la foto pasa a ser de inmediato un perseguido. Alguien lo sigue. Quizá él no lo sepa. Quizá, como dice un verso de Carlos Piera que recuerdo, “persiguen en ti lo que no eres”. No importa si es cierto, baste con que el espectador lo imagine para que enseguida se pregunte por qué y por quién es perseguido ese hombre, y así convertirlo en personaje de una trama. Aquí el fotógrafo, como los espías, se ha limitado a crear la coyuntura –un hombre con dos sombras evidentes–, el resto es cosa de nuestra imaginación.
         El fotógrafo, sin embargo, no es muy conocido para el gran público. Lo será más a partir de ahora, gracias a la brillante exposición que la Fundación Telefónica le dedica en Madrid. Su nombre es Antoni Arissa (1900-1980) y es, sin duda, uno de los mayores fotógrafos españoles. Pero su historia es la historia de un silencio. No siempre fue fotógrafo, apenas solo entre 1922 y 1936. Era impresor y tipógrafo. Al acabar la Guerra Civil abandonó la fotografía para sumirse en la invisibilidad y la desgana, dedicándose solo a su imprenta. Falleció en 1980 y sus herederos se desprendieron del material fotográfico, mucho del cual se destruyó. Una desgracia, a la luz de cómo se considera hoy el inmenso valor de este artista de la fotografía. Lo poco que se conservó, se vendió a un chamarilero; alguien con vista lo compró y lo cedió al Museo Nacional de Arte de Cataluña. Como todo el mundo, tampoco yo sabía nada de Arissa. Leo en la información de la exposición que su descubrimiento se debe al trabajo de los historiadores Rafael Levenfeld y Valentín Vallhonrat. Hemos de estarles agradecidos por darnos la oportunidad de ver la obra, aunque sea en parte, de un fotógrafo inmenso, expresivo, innovador, sofisticado, intuitivo, a la altura de los grandes de su tiempo. Esta exposición es un acto de salvamento y de gozo estético deslumbrante.

6 de junio
Arissa se exilió de sí mismo. Pienso en ello. Exiliarse de todo no es mala idea. Regresar algunas veces, pero de incógnito, regresar sin avisar y volver a marcharse. He aquí algunas nuevas conjugaciones del verbo ‘escribir’, que, en reflexivo, también quiere decir ‘irse’.

7 de junio
Detecto por todas partes una voluntad por amaestrar la literatura, por hacerla simple, rebajarla a niveles de comprensibilidad básica, casi infantil, por dejarla en manos de una masa de lectores incompetentes y planos; es como si en el teatro se le diera al público el papel de los actores. El resultado está a la vista: se prima poco o nada el riesgo en la creatividad literaria, abunda la repetición mortecina; se publican sin cesar novelas que no transmiten pensamiento sino vacío, anestesia, inanidad; el lector medio no busca horizontes nuevos, se ha encallado en el embotamiento de una literatura insípida e incolora. No hay un viaje en la lectura, sino una permanente sensación de llegada ya en la misma salida, llegada de no sé sabe de dónde, además. Vivimos el imperio de la lectura caducada mientras se consume. Pero no hay que engañarse: la revolución siempre está en la técnica, en los soportes, no en las palabras. La mente va detrás, poniéndolas.

9 de junio
No me cabe duda de que ‘Días de Nevada’ (Alfaguara), el último libro de Bernardo Atxaga, escritor con mayúscula desde hace muchos años, es una novela, y de las más originales que he leído últimamente. Tiene la fuerza de la ficción y la estructura articulada de unos episodios dentro de otros episodios. Para mí eso es una novela y la leo como tal. Me atrapa como si me zambullese en una piscina y reconozco que no puedo sustraerme al poder hipnótico que, en todo caso, tiene este libro poderoso y sencillo. ¿Sencillo? En absoluto. La sencillez siempre es equívoca en Atxaga. Ha elaborado aquí, en realidad, un mecanismo de relojería con forma de paisaje desértico. ‘Días de Nevada’ es un diario pormenorizado e íntimo de la estancia en Reno de un escritor vasco y su familia; en él se entreveran historias, recuerdos, sucesos, personajes y vivencias del momento presente y del pasado, con una evocación sutil. Y de pronto se transforma en algo mucho, mucho más complejo que un diario. Está al nivel de ‘Un hombre solo’ (1994), novela extraordinaria de Atxaga cuya redacción me sigue pareciendo inimitable. ‘Días de Nevada’ posee el don de la expresión precisa, rescata los detalles y, al nombrarlos, salen de la trivialidad a la que estaban destinados para pasar a ser piezas importantes de una fábula portentosa.

 

 

 

 

 

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