Otra Galaxia › Listado de columnasQuién elige qué

Quién elige qué

 

 

 

 

 

 

 

 

19 de septiembre
Hace casi diez años, después de mi novela El comprador de aniversarios, decidí no volver a hablar de Auschwitz. Era por respeto, por no banalizar un lugar tan estigmatizado. No es un lugar, además, del que me guste hablar; incluso puede que si no me hubiera conmovido la existencia de Hurbinek, el niño que cita Primo Levi en La tregua y que protagoniza mi novela, tampoco habría escrito nada sobre Auschwitz, ni habría ido allí, ni habría recorrido su enorme extensión, ni habría visto los fantasmas que pueblan los barracones que quedan, como ríos de vida que desbordan aquella fábrica de muerte.

Una escritora española, muy famosa, me reprochó entonces que escribiera sobre “el culo del mundo”, habiendo tantos otros temas posibles. Y es muy cierto que hay muchos otros temas, claro, pero estoy convencido de que son los temas los que eligen a los escritores y no al revés.

Ahora un libro me obliga de nuevo a citar Auschwitz, a rememorarlo, consciente de que olvidar Auschwitz es repetirlo. Y seguro que el tema ha elegido a su autor, Antonio Iturbe, para existir y materializarse. Es una novela basada en un hecho real, tan real que su protagonista, Dita Kraus (en la novela Dita Adlerova), sobrevivió para contarlo y reside hoy en Israel, por fortuna para ella. Se titula La bibliotecaria de Auschwitz (Planeta) y cuenta una historia dura y luminosa, esperanzadora. En el bloque 31, clandestinamente, el judío Alfred Hirsch montó una escuálida biblioteca de apenas una decena de libros y puso al frente de ella a Dita, una niña checa de catorce años. Eran libros que proporcionaban historias, evasiones del infierno, para niños y adultos de esa zona del campo. La novela de Iturbe, que es un escritor arriesgado y valiente con sus obras, rescata para el lector la vida en Auschwitz durante el fatídico año 1944 y nos recuerda el hecho de que un relato, cualquier relato, siempre salva. Aquella niña, sin saberlo, creó Las Mil y Una Noches en Auschwitz. Iturbe ha fabulado la historia real que le ha contado, con detalle, la anciana Dita. Solo así, mediante la ficción, se llega a la verdad. Como ella leía la verdad de las cosas en aquel puñado de libros de Mann, Dumas, Freud, Wells y Hasek, autores de esa exigua biblioteca contra el exterminio. Iturbe ha escrito un libro memorable. Algunos –los mismos de siempre– se lo reprocharán, pero él sabe que fue esa historia quien lo eligió a él. No tuvo más remedio que escribirla.

20 de septiembre
He estado escuchando toda la tarde algunas canciones francesas. Voy de las del grupo La Rue Kétanou, sobre todo esa maravillosa Sur les chemins de la bohème, al superclásico setentero del belga Plastic Bertrand Ça plane pour moi (que se traduciría hoy como Lo flipo). Y por azar (¿por azar?) caigo en una canción francesa que ya no me saco de la cabeza. Me la ha pasado mi hija Elisa. Ha sido como una bocanada de aire fresco. Se trata de Je veux [Quiero] de Zaz, una joven cantante que parece revivir la vieja canción francesa de siempre. Esa canción me remite a Dita Kraus, no sé por qué; quizá por lo de querer, querer las cosas, y Dita se enfrentó a la renuncia de todo lo que quería, sobre todo de la libertad, como dice la canción de Zaz. Al final, sí, la vida le regaló esa libertad y esa posibilidad de quererlo todo. Otros muchos millones no pudieron. Entonces compruebo que esas tres canciones me han hecho olvidar muchas cosas y recordar unas pocas, muy sustanciales. ¿Las he elegido yo? ¿No fueron ellas a mí?

25 de septiembre
No sé si sería en Auschwitz donde habría acabado sus días Lily Cassirer si no se hubiera visto obligada a entregar a un nazi el cuadro de Camille Pissarro La rue Saint-Honoré después del mediodía. Efecto de lluvia (1897) que puede verse en el Museo Thyssen-Bornemisza, pero sin duda habría sido un campo de exterminio.

Hay una polémica sobre ese cuadro. Los herederos de Lily Cassirer han pleiteado por recuperarlo, aunque los tribunales finalmente no les han dado la razón. El barón Thyssen lo compró en los setenta a un norteamericano. Este a su vez lo compraría a alguien que lo compraría a quien Lily se lo dio a cambio de su vida. ¿O fue un abuso, un robo? Qué trágica casualidad habría sido que Lily hubiera leído en Auschwitz alguno de los libros que Dita protegía. Pero no sucedió.

Ese cuadro de Pissarro es fascinante, tiene dentro luz, un reflejo de lluvia pasada y algo así como una invitación a vivir otra vida. Es un cuadro que huele a lluvia. El momento tiene algo de intersticio, de hueco, entre lo que se ha ido y lo que vendrá. Uno querría vivir en ese cuadro. A veces queremos vivir en cuadros, dentro de ellos o, mediante ellos, entrar en el mundo en que se pintó. Uno no sabe por qué le gusta un cuadro. Sucede como con las novelas: lo eligen a uno. No sé por qué me gusta tanto ese cuadro, hasta el punto de ir muchas veces al Museo, pagar la entrada y verlo largo rato solo a él. Como haría Lily Cassirer en su casa, a solas, muchas veces.

 

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