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Decálogo del escritor escribiente

 

 

 

 

 

 

 

 

4 de noviembre

1) Todos los libros son titánicos y todos los escritores son famélicos. ¡Bien que lo experimenta el escritor mientras está escribiendo una novela! Y se dice: “Hola, escritura, no me acordaba de ti, ya había olvidado lo cabrona que eres”. Es una constante de la práctica literaria, algo así como el bucle del escritor escribiente.

2) Dice el Tanaj, la biblia hebrea: “Lo que existe está muy lejos y terriblemente profundo, ¿quién puede encontrarlo?”. Es el mismo punto de partida de cualquier escritor ante el libro que quiere escribir. A menudo el escritor se ve a sí mismo buscando denodadamente algo que existe, aunque sea ficticio, pero sabe que está muy lejos y muy hondo, y duda de que sea capaz de dar con ello. Ni siquiera le ha puesto nombre todavía a lo que busca.

3) Cuando se está escribiendo, el escritor se convence de que la novela vive en paralelo dentro de su mente, desarrollándose en su interior como un ‘alien’. Y es muy cierta la imagen: una novela en la cabeza de un escritor es un cuerpo extraño que cobra vida propia en ‘algún lugar’ de su cerebro. Las historias de las novelas reptan y se mueven como una tenia intelectual que crece, se muda y vampiriza al escritor como un organismo insaciable. La novela se nutre del novelista ‘literalmente’, igual que aquella planta carnívora de ‘La tienda de los horrores’, la vieja película de Roger Corman.

4) A veces, el escritor tiene la sensación de que sus libros se escriben solos, de que él es un mero médium que se limita a reproducir el libro que está ya escrito, todo entero, en su mente (no me atrevo a decir ‘fuera de ella’), y de que cuando escribe actúa como si la propia novela le estuviera dictando su contenido, palabra por palabra. Quizá suene extravagante, pero en ocasiones el escritor presiente que sus libros se escriben a sus espaldas, valiéndose de él abusivamente, jugando con su ingenuidad como si fuera un instrumento con el que lograr materializar un texto que ya se ha ‘autoescrito’, por así decir, en algún lugar etéreo. A algunos escritores les sucede algo así.

5) Evidente es que, con los años, los libros, una vez terminados y dotados de vida propia, cambian profundamente al escritor que los escribe. Existe, al cabo del tiempo, una poderosa interrelación entre ambos, el libro y su autor. Los libros que ha escrito han convertido al escritor en la persona que es. Y viceversa, en esa común evolución, el escritor ha provocado que también la obra cambie y sea otra, tal vez mejor. Para el escritor, ésta es la gran aventura de la literatura: la reciprocidad entre él y sus textos, lo que se dan mutuamente, lo que se suman y lo que se restan, cómo se modifican ‘juntos’, igual que esos matrimonios de muchos años que terminan por identificarse uno en el otro y hasta parecerse físicamente.

6) Escribe Blaise Pascal, creo yo que con su típica ironía de filósofo científico: “Curiosidad no es más que vanidad. Se quiere saber más de algo para poder hablar de ello; no se viajaría por el mar si no se pudiera contar nada nunca de ese viaje, y no existiría el placer de ver si no hubiera ninguna esperanza de poderlo comunicar”. ¡Esto es aplicable a la literatura! Incluso, de hecho, aquí Pascal, tal vez sin pretenderlo, ha hecho una definición del impulso literario.

7) Escribir comporta poseer un alto porcentaje de conocimiento de la ruta, dejando atrás caminos por los que no conviene adentrarse ya que están excesivamente trillados. Por ejemplo, cuando me bloqueo en la novela y no avanzo, el único modo de reencontrar el camino, para mí, es volver a los orígenes y plantearme qué habría hecho Flaubert, cómo lo habría resuelto él. En mi caso funciona. Y en el de Proust.

8) Solo quien está colonizado por la literatura es escritor. Solo lo es quien renuncia a ser un país para ser una colonia. Y lo sabe porque se abisma al vacío de la insatisfacción y la soledad. Y porque transita por el filo del fracaso como el funambulista por el alambre. Si escribe golpe a golpe, párrafo a párrafo, para sacar de la piedra de la palabra un bloque, una primera forma, un primer bulto sobre el que cincelar, quizá acabe siendo escritor.

9) Un escritor escribe consciente de que ha de cerrar la escotilla y surcar un mar desconocido. Significa que se sumerge y se transforma él mismo en submarino, cuando escribe. Navegará por aguas tranquilas o no, poco importa. No sabrá de las tormentas ni de los tifones. No verá otros barcos ni sacará su periscopio a la superficie, porque allá arriba, en la superficie, ahora ya no hay nada que le reclame ni que él pueda reclamar. Ha emprendido un largo viaje hacia un lugar al que no llegan y del que no se envían cartas (o emails, que son lo mismo). Solo escribe.

10) La escritura es una trampa mortal para el escritor. Todos los escritores que de veras lo son escriben con la vida en contra. Solos, con no mucho dinero, con las economías ajustadas, con las inseguridades a flor de piel, privándose de hacer cualquier otra cosa más deseable o feliz. Y además sin tener ninguna garantía de que la cosa llegue a buen término; ni siquiera sabe con certeza si lo que escribe tiene la calidad literaria pretendida. La literatura se lo exige todo, le exige la vida, tiránicamente. Y no otros sino estos son el precio y las condiciones que hay que negociar con ella, cuánta vida le doy y cuánta me quedo. Por lo general, es sabido que, en este asunto, el escritor es un rehén que negocia mal su libertad.

 

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados