Otra Galaxia › Listado de columnas Estrangulamiento y atragantamiento

Estrangulamiento y atragantamiento

Galaxia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

27 de septiembre

Sobre Cataluña. Me parece oportuno ahora citar lo que escribió el poeta francés Tristan Corbière en ‘Los amores amarillos’: “Lo mismo da un epitafio que lo mismo da un prefacio y así recíprocamente (sabiduría de las naciones)”. Y también me parece oportuna recordar la idea de que los nacionalismos reescriben el pasado con las palabras del presente, y deforman los hechos de ese pasado hasta que caben en el molde reducido de lo que llaman “la reivindicación justa de lo nuestro”. Las banderas, cuando se vuelven demasiado ‘nuestras’, arden como antorchas en el corazón de las personas cortas de miras. Lo mismo que hierven en su cabeza.

2 de octubre

Sobre física. Leo un curioso artículo de astrofísica en la revista ‘Nature’ que versa sobre la muerte de las galaxias por estrangulamiento (sic). Esta frase, así dicha, ya es literatura. La noticia venía a decir que unos astrofísicos habían resuelto un crimen extraordinariamente gigantesco: el asesinato de las galaxias. Se había llegado a la conclusión de que las galaxias, cuya extinción era hasta la fecha un misterio, terminan muriendo estranguladas. Inmediatamente, como escritor, me hice preguntas que el artículo, obviamente, ni se planteaba. ¿Acaso las galaxias se matan a sí mismas? ¿Las mata un acción superior y exterior a ellas? ¿La palabra ‘estrangulamiento’ no lleva a pensar en un colapso brusco y criminal? Los hechos son reales, hipotéticamente al menos: las galaxias, pobladas de miles de estrellas, mueren porque la lenta y paulatina pérdida del denominado ‘gas frío’ que nutre su hábitat vital las aboca a un espasmo idéntico al de la asfixia. ¡Incontestable, sin palabras! El físico, al contrario de lo que haría el escritor, no aporta una intención a la pérdida de ese ‘gas frío’ (expresión ya de por sí literaria, ¿no?, puesto que nos imaginamos inmediatamente un gas así, aséptico, necesario, valioso), es decir, no explica si ese gas se pierde a voluntad de la galaxia o es absorbido por otras galaxias de una fuerza insuperable. No, el físico se limita a describir lo que pasa o cree que pasa: las galaxias mueren porque les falta el gas para existir. Punto. Sin embargo, lo cuenta de tal manera que su lenguaje está cargado de simbología literaria a propósito. Precisamente es en el modo de emplear el lenguaje donde el físico y el escritor coinciden. Claro que el escritor usará la metáfora de la narración para hacer real lo irreal desde una convención imaginaria; y que el físico, por su parte, empleará la matemática y la observación experimental para hacer que las incertidumbres materiales adquieran certeza. Pero ambos, el escritor y el físico, se valen del lenguaje para dotar de una tensión dramática y emocional a su explicación del mundo. No deja de haber en la física algo de vocación literaria frustrada, al fin y al cabo. Por eso, ante la muerte por ahogo de las galaxias, tanto el escritor como el físico terminan por preguntarse: ¿quién ha cometido el crimen y por qué?

10 de octubre

Después de leer ‘La Zona de interés’ (Anagrama), la última novela Martin Amis, pretendidamente una sátira inteligente sobre el Holocausto (e indulgente consigo misma, hasta respetuosa con las víctimas), pretendidamente una novela inteligente sin más, pretendidamente brillante, inquietante, apasionante y demás calificativos en -ante, como subyugante o vigorizante, etcétera, pretendidamente una gran novela de un gran novelista, pretendidamente “una novela destinada a perdurar” (The Guardian ‘dixit’), después de considerar todo esto, digo, mi criterio me lleva a pensar que no podía estar más en desacuerdo: es un no-pretendido bodrio con marchamo de pedante grandeza. Aunque quizá yo no esté a la altura de un escritor de obviedad malhumorada y recalcitrante al que, sistemáticamente, la crítica trata de genio. Siempre desde mi criterio, creo que Amis es un escritor más bien hueco y presuntuoso que ha caído en la autocomplacencia, como les está sucediendo a los ‘astros’ de su generación: los Coe, los Barnes, los McEwan, los Swift. Académicos de sí mismos, a cierta edad siguen aún en su papel incendiario cuando en realidad son unos previsibles bomberos que gozan de la connivencia de la crítica. Y la crítica, ante ellos, demuestra su habitual incapacidad para ser atrevida, rigurosa e independiente: babean a los pies del fetiche. Centrándome en la novela, lo más logrado es la intención de Amis de abordar el Holocausto desde una perspectiva fría pero sin crueldad, desde la sutil parodia o el inteligente distanciamiento. Pero digo la intención, porque no la realidad, ya que, como parodia, humor negro o malévola perspicacia, ha errado el tiro absolutamente: no produce la menor mueca de sonrisa, ni siquiera interior. En este sentido, la novela es un fracaso. Los personajes, sus perfiles, sus voces, están revestidos de una artificiosidad que en otro autor sería tachada de banal y que en Amis, además, se vuelve un jugueteo malabar sin sentido. La novela toda es un caudal de diálogos innecesarios, prescindibles y vacíos. Cuando se adensa un poco en la ¿trama? y ‘aporta’ seriedad a lo que está narrando, Amis cae en el discurso manido de un profesor pretencioso que explica al mundo lo que el mundo entero ya sabe hace muchos años (véase, si no, la sofisticada armazón del epílogo, con culpabilizadora y más que dudosa interpretación por su parte de la obra de Primo Levi). La lectura de esta novela, para mí insustancial y gratuita, me ha llevado a cuestionarme su razón de ser. Aunque, claro, seguro que yo no estoy a la altura de Amis, pero tampoco de cierto sofisticado concepto de la estafa literaria.

 

 

 

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados