Otra Galaxia › Listado de columnas¿Quién no se cree las novelas?

¿Quién no se cree las novelas?

 

 

 

 

 

 

 

 

18 de mayo
Anoto una reflexión interesante de la profesora Blanche Cerquiglini a cerca de lo que es un clásico contemporáneo: “Un texto contemporáneo accede al estatus de clásico no por una consagración (éxito, reconocimiento por una autoridad, posteridad), sino por un doble movimiento contradictorio de ruptura y de adhesión. Es a la vez obstáculo y cámara de eco; percepción del presente y ruptura con ese presente. Quiebra el flujo de lo cotidiano, de la masa de novelas que es como la ola de la vida, y establece una separación con respecto a la actualidad y a la Historia. Esa separación, esa ruptura se dan como obstáculo.” Me parece brillante esa idea de simultanear la ruptura y el diálogo con lo contemporáneo, y esa percepción que la sociedad tiene de la novela ‘perdurable’ como de un cuerpo extraño que la incomoda y obstaculiza. Es la propuesta evolutiva de la novela que siempre ha planteado Milan Kundera en sus ensayos, cuando ha escrito sobre el punto cero en que están las novelas actuales en general.

He escrito antes ‘perdurable’, pero soy consciente de que ya no existe la posteridad. Ahora el infinito temporal al que están abocados los libros dura exactamente una semana. Eso, con suerte.

19 de mayo
Fetichismo. Una vez compré en Edimburgo un bastón que se suponía había pertenecido a Robert Louis Stevenson porque llevaba una borrosa placa con las iniciales RLS. Fue fácil dejarme timar por aquel anticuario de medio pelo que me lo vendió sin demasiado esfuerzo: yo deseaba creer a toda costa que ese bastón era en verdad de Stevenson. Soy fetichista y lo proclamo a los cuatro vientos. El caso es que, en realidad, ¿por qué no podría haber pertenecido a él? Hay tantas posibilidades de que fuera suyo como de que no lo fuera. El anticuario era escocés, la ciudad Edimburgo, el bastón muy antiguo, y yo lo deseaba, lo deseaba mucho. Son los ingredientes para que la ficción ponga en marcha su mecanismo. ¿Quién no se cree las novelas? Todos nos las creemos, afortunadamente.

22 de mayo
Hoy cumplo cincuenta y cinco años. A esa edad, uno ya puede decir sin escrúpulos que ha hecho unas cuantas cosas y deshecho otras tantas, siempre hacia delante y casi siempre mal. Pienso en la distinción que propone Magris entre el viaje rectilíneo y el viaje circular, homérico, cuyo modelo es la Odisea. Sin duda, la vida es rectilínea, paso a paso, y la literatura es circular, volvente y envolvente. Descubro también que me siguen interesando las personas que buscan todavía ese Otro Lugar de la imaginación donde se supone que acaban todos los problemas, el Nirvana de la literatura. ¿Existe ese Nirvana? ¿No son una condena los libros y su capacidad evasiva?

En el principio hubo un big bang que se llamaba Pequeña-Pero-Sustancial-Biblioteca-Familiar. Toda una perversión de la infancia, bien mirado. Y ahora, tantos años después, el sentimiento es ambiguo: me digo que maldita sea la biblioteca familiar. Maldito sea el momento en que leí ‘Robinson Crusoe’, y ‘La piel’ de Curzio Malaparte, y ‘Los hermanos Karamazov’ de Dostoievski, y todo lo que podía de Julio Verne, y a muchos otros escritores causantes de la emoción que yo tenía al leer. Y luego, además, muchos, muchos, muchos tebeos y comics. Por ahí entró el vicio. Ahí empezó el mal. De no haberlos leído, quizá yo hubiera sido otra persona (el otro en que tal vez mis padres pensaron alguna vez y no me lo dijeron), pero ya empecé en aquel momento a ser el que aún sigo siendo: un viajero circular y borgiano por las páginas de miles de libros. Pero también he de ser justo, y hago aquí un homenaje familiar: ¡bendita sea la biblioteca de mis padres, que me permitió empezar ese largo y repetitivo viaje!

Más tarde, cuando uno ya pasa al otro lado, al terrero de escribir libros de ficción, enseguida aprende que lo primero que ha de dominar es el yo y evitar así tropezarse con él continuamente. Asunto este muy delicado de discernir: el escritor ha de disfrazar y dosificar su torpe yo para que no aburra, porque el yo por lo general aburre. No le interesa a nadie. La obligación del escritor, de tener alguna, es transformar su propio yo en una máquina de fabricar ‘yoes’ ajenos. Él será, por decisión propia, la voz de muchos que no son él y que hacen cosas que no hace él. Nunca he olvidado que eso es lo más apasionante del hecho de escribir, ser otros, cuantos más mejor.

24 de mayo
Amanece. Echado en la cama, surge ante mis ojos un rectángulo que forman las cortinas y la ventana y por ese rectángulo, en contraste con la oscuridad del cuarto, entra una claridad tenue que va creciendo paulatinamente, exhibiendo en pocos minutos su gama de matices del blanco grisáceo al azul plata. Veo esa claridad a una hora muy temprana, inmóvil y privilegiado. Pregunta: ¿Por qué es tan hermosa la luz del amanecer vista en una habitación de hotel? Respuesta: Por el cuerpo que yace al lado y, aún dormido, se perfila a contraluz, dotando de una perfecta felicidad ese momento promisorio.

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados