Otra Galaxia › Listado de columnasUna vez Charlie Parker

Una vez Charlie Parker

 

 

 

 

 

 

 

 

24 de enero
         El escritor israelí Yoram Kaniuk cuenta en ‘Life on sandpaper’, sus memorias de los años que pasó en Estados Unidos, que en 1951 conoció a Charlie Parker, el legendario saxofonista de jazz a quien Julio Cortázar homenajeó en ‘El perseguidor’, ese relato inolvidable sobre la música, París y la descolocación.

Kaniuk, que en esa época iba de pintor, se hizo amigo de Charlie Parker porque le pidió un retrato, el único retrato para el que el gran músico posó en su vida. Esa amistad duró varios años. Kaniuk lo conoció en el Minton’s Playhouse de la calle 117, en Harlem. Cuenta que una vez Charlie Parker, ‘Bird’ como todos lo llamaban, le dijo que él en realidad era el primer cow-boy negro del mundo, que coleccionaba pistolas como las que salían en los westerns y que su héroe era el famoso Hopalong Cassidy. Otro día le soltó a bocajarro, sin venir a cuento, que el pollo asado era su única religión. Le encantaban también las maquetas de trenes eléctricos, las vueltas que daban, pero nunca tuvo ninguna. Su sueño confeso era conducir un Cadillac dorado. Cuenta Kaniuk que Charlie Parker era de una timidez profunda, un gran sentimental, pero también era un hombre que en ocasiones podía ser terrible, insoportable, y que la primera vez que lo oyó tocar, creyó ver a un dios muerto.

Cuando Parker se adentraba por una melodía, la frente de ‘Bird’ sudaba en exceso pero la música se concentraba en sus manos, que se divertían sobre el saxofón; sin embargo, lo que sonaba en realidad era el eco de los entierros negros. Tocaba alegre al borde de las cosas. Cuando Charlie Parker cogía impulso, se olvidaba de todo, y arrojaba su odio absoluto contra el mundo entero. Una vez que tocó así, contra todo el universo, Ben Webster y Miles Davis, que actuaban con él, fueron a besarlo, pero ‘Bird’ se escabulló de ellos y salió a la calle entre lágrimas inconsolables.

Charlie Parker amaba América. Europa lo encumbró a los cielos, América lo bajó de nuevo a la tierra y sin embargo él solo deseaba vivir en América. Al final, él se reía de todo, entre sus drogas, y amaba su país. Se tenía por un buen chico, pero se perdía siempre. Dizzy Gillespie decía de él que hacía la música exactamente como la música debía ser, porque le salía del culo de Dios, o eso le dijo él.

En algún momento, quién sabe cuándo, algo se rompió en Charlie Parker; había dejado la heroína porque no le cabía ni un gramo más en el cuerpo, además no la podía pagar y su hija Pree había muerto y eso lo extravió del todo, lo dejó extraviado en un punto del futuro del que siempre estaba volviendo. Se sabía condenado, después de la muerte de su hija. Kaniuk dice de él que era todo un caballero al viejo estilo, nunca dijo tacos ni blasfemó. Respetaba a las mujeres aristocráticamente, anticuadamente; les besaba la mano, les cedía el paso. Tragaba aspirinas sin parar y bebía Manischewitz dulce, un vino kosher. Su película favorita era ‘Solo ante el peligro’, con Gary Cooper. Consideraba anti-americano no dejar propina a los camareros.

Murió el 12 de marzo de 1955. Tenía treinta y cuatro años. Una amiga lo cuidaba como a un gran perro enfermo. Una vez Parker le dijo a Kaniuk que las nubes eran las únicas artistas que hacían de sus propias formas una obra de arte, una metamorfosis constante, porque eran las únicas que habían hecho de la forma su único arte.

Al pensar en Charlie Parker, imagino la historia de un hombre que era varios hombres a la vez. Era el hombre triste y ensimismado, recio y endurecido, que viajaba, que veía su rostro en el reflejo de las ventanillas, llevando una amargura privada y silenciosa dentro de sí, como un matón o un asesino, como un nihilista que arrastrara un desamor crónico y que detestase compadecerse de sí mismo, un desamor radical, brutal y demoledor dentro de sí y que lo conducía a encarar la autodestrucción. Pero no sabía aún cómo hacerlo. Y luego estaba el padre de familia que también era, que jugaba con su hija y hacía reír a su mujer, a sus amigos, el buen vecino. Y por último un tercer hombre, el que seguía una retorcida estrategia larga y sinuosa por ser otro más aún, un cuarto, un hombre que le permitiera mirar al primero como al personaje de una película o de una novela: el hombre que trataba de recuperar el amor perdido con la música que solo él oía y sus dedos inventaban.

28 de enero
Hoy tuve una pesadilla de la que me he despertado asustado. Soñé esta noche con el conejo gigante. En el sueño, yo llegaba a casa muy tarde, de madrugada, abría la puerta con cuidado y en medio de la oscuridad del salón estaba recortada a contraluz la figura de un conejo enorme, gigantesco, esperándome sentado. Era una especie de amenaza, veía claramente sus largas orejas. Me aterra la idea de un conejo gigante, me aterra imaginarlo siquiera. Recuerdo que, de niño, la película que más miedo me causaba y más me inquietaba era la inocente (a priori) Mi amigo Harvey, con James Stewart de protagonista, en la que Stewart, alma cándida, ve y pasea y habla con un invisible conejo gigante llamado Harvey, que solo al final sale en pantalla junto a él en una foto enmarcada en la pared. ¡Luego existía! Desde ese día, no he dejado de pensar en ese conejo con la máxima repugnancia. Creo que es mi peor pesadilla, ay.

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados