Otra Galaxia › Listado de columnas¿Sabe tu madre que te dieron el Nobel?

¿Sabe tu madre que te dieron el Nobel?

Oé - Modiano

 

 

 

 

 

 

 

 

9 de octubre
El Premio Nobel de este año es para el escritor francés Patrick Modiano. Una sonrisa de satisfacción se abre en mi cara, y eso que ni lo conozco. Pero soy un lector constante de sus libros y la lectura crea con los escritores un raro vínculo de proximidad o pertenencia. Además, casi todos los libros de Modiano giran sobre algo que me es cercano y obsesivo: la identidad ficticia. La que él busca se basa en una recreación de la memoria, o eso nos hace creer a los lectores, memoria que puede ser verdadera o falsa, no importa, porque lo que importa, en literatura, es construir pasados que no existen, o existieron de otro modo. Gracias a la ficción, esos pasados cobran vida en una identidad nueva, cautivadora y verosímil.

La otra protagonista de sus novelas es, sin duda alguna, París, el marco de la mayoría de ellas. Aparece como una ciudad que siempre se reinventa, que nunca se agota y que conserva centenares de preguntas por responder. Las novelas de Modiano son un repertorio de esas preguntas, hechas en retrospectiva para completar una historia que quedó olvidada. Así hace cómplice al lector de las mismas búsquedas que el narrador. Y siempre en una atmósfera de intriga, de misterio, de descubrimiento inesperado.

También Modiano ha contribuido mucho a la denuncia de los colaboradores del nazismo en la Francia ocupada. Su famosa novela ‘El lugar de la estrella’ ya inicia el camino de otras obras en las que sacó los trapos sucios de la Francia de Vichy. En este sentido, fue demoledor en su día el estreno de la película de Louis Malle ‘Lacombe Lucien’ (1974), de la que Modiano fue guionista, crudo retrato de esa Francia fascista, colaboradora y criminal.

Como una noria que da vueltas, las novelas de Modiano –y tiene muchas– vuelven sobre las mismas cosas, pero en cada una de ellas surgen personajes inesperados y extraños, sombras del pasado con vidas incompletas e inconclusas. Pese a aparentar similitud, todas ofrecen piezas diferentes de un gran puzle que Modiano está creando con la suma de sus libros. Para mí, Modiano es una especie de Balzac contemporáneo, el creador de un fresco parisino, privado y universal a la vez. Y también lo tengo por un escritor tan titánico como Victor Hugo, a la hora de crear personajes en claroscuro, oblicuos, de los que no deja de apiadarse o asombrarse con una sutileza inocente.

Le han dado el Nobel a un francotirador de las letras, a un gran narrador que recrea los recovecos del pasado con melancólica vitalidad. Forma parte de esos lobos solitarios que no van por caminos fáciles, de esos escritores que son en sí mismos su origen y su destino. Si alguna vez valió la pena decir que todo escritor tiene en sí mismo a su propio padre, en Modiano esto es absolutamente ejemplar. Ocupa un lugar propio en la literatura contemporánea europea, y eso es lo más difícil de lograr, en general, en la literatura de cualquier país. En España no es un desconocido, pero durante años solo cierta élite literaria lo leía con regularidad; desde hace unos años, quizá desde esa maravillosa novela de no-ficción que es ‘Dora Bruder’, pasó a ser conocido por un público más amplio y a tener un gran reconocimiento. Su obra es un canto a la vida, a la nostalgia y los seres extraviados, fronterizos y esquivos que piden una segunda oportunidad.

11 de octubre
En el año 2003, tuve ocasión de pasar unos días con otro Premio Nobel cuya obra también he admirado con devoción: el japonés Kenzaburo Oé. Oé es una persona discreta, amabilísima y con un gran sentido del humor. Recuerdo cómo nos relató a Elena Ramírez, su editora en Seix Barral, y a mí una anécdota del día en que le notificaron a su madre que acababan de darle el Premio Nobel a su hijo. Al parecer, él no pudo contactar con ella, ya que vivía en una zona más bien aislada; además, por otra parte, no debía decirle nada a su madre, ya que todo ganador, desde que es avisado unas horas antes por la Academia sueca, ha de mantener unos plazos muy estrictos para comunicárselo a sus allegados. Cuando saltó la noticia del premio, unos cuantos periodistas corrieron a buscar a la madre de Oé allí donde estuviera, con objeto de captar sus primeras declaraciones. Por fin dieron con su dirección y se personaron en la casa de la anciana mujer. Eran periodistas y fotógrafos de un buen puñado de medios, más radios y televisiones. Llamaron a la puerta y al poco salió la madre de Oé, que no sabía nada de la concesión del gran galardón mundial a su hijo. En cuanto se enteró, llevada por un impulso de espontaneidad, dijo: ‘¿A mí hijo? No puede ser, es imposible, con lo mal que escribe. El Nobel es para los grandes escritores como Tanizaki o Kawabata, esos son grandes escritores, pero mi hijo no, así que déjense de bromas y díganme qué ha pasado con él. ¿Le han vuelto a detener o algo así?’. Los periodistas no daban crédito. Más tarde, ese mismo día, y siempre según la versión del propio Kenzaburo, él mismo telefoneó a su madre para darle la noticia que ya le habían adelantado los medios, y su madre, lejos de felicitarlo por el Nobel, lo estuvo riñendo como si hubiera hecho algo malo, y le decía: ‘¡No te hagas ilusiones, comparado con Miyazawa o Abe no tienes nada que hacer! ¡Esos son premios Nobel! Pero, ¿tú? Ay, hijo, no te hagas ilusiones, tú no’.

 

 

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