Otra Galaxia › Listado de columnasLa vida misma

La vida misma

El Greco

 

 

 

 

 

 

 

 

14 de abril
La intensidad de la vida está ahí. Solo hay que extender la mano y cogerla. Cuando termino de leer ‘La buena reputación’ (Seix Barral) de Ignacio Martínez de Pisón, siento que vengo de sumergirme en la vida. Una vida dilatada a lo largo de tres generaciones a través de los personajes de una familia judeo-cristiana de Melilla. Una historia personal y colectiva, porque, a partir de un momento dado, también es una época que me pertenece, en la que me reconozco y reconozco el entorno. He conocido a gente como la que describe Pisón en su novela, he vivido o he sabido de situaciones similares, me he enfrentado con drama parecidos. Y a muchos lectores les sucederá lo mismo. El gran talento de Pisón, a quien admiro y aprecio como escritor y como persona desde hace muchos años, consiste en mostrar la vida ajena y hacer que la sintamos como propia. Este es el objetivo difícil de la literatura, y Pisón, novela tras novela, lo alcanza y perfecciona. Extiende la mano de escritor y coge la vida. Y lo hace sin más, sencillamente. Se ha erigido como el gran cronista de la España común desde la guerra civil hasta los ochenta. En esta novela, una vez más, palpita en su interior un doble pulso: por un lado, es absorbente el retrato de los personajes, naturales, veraces, y el contexto social en el que se desenvuelven; y por otro lado, atrapa al lector la ‘expansión’ de la familia, no solo porque cambian de marco geográfico –van de Melilla a Zaragoza, y luego, otra generación, de Zaragoza a Melilla–, sino porque el motor de esa expansión es el secreto, o la suma de secretos. El secreto que tarda años en desvelarse, y que hace variar la óptica hacia familiares cercanos o lejanos, es algo tan corriente en todas las familias, en todas las generaciones, que supone el verdadero motor de la vida. Está lo que se cuenta y está lo que realmente es, está la verdad oficial y la verdad verdadera, por así decir. Lo que se recibe como mandato de padres a hijos y lo que esos mismos hijos transforman y deforman de la herencia recibida. Esta voluntad de totalidad es la que ha ambicionado y conseguido Pisón en su novela, la más lograda de su obra, que ya de por sí es de gran altura, y en la que demuestra un dominio novelesco del que todo lector y escritor debe alegrarse, porque ensancha nuestra literatura.

22 de abril
 Viajero atópico y a la vez viajero clásico, Gabi Martínez ha escrito en ‘Voy’ (Alfaguara) una novela, libro de viajes, autobiografía, álbum familiar, crítica literaria, periodismo vital y literatura en vena. Con todos sus libros busca una óptica inusitada, no trillada, desde la que abordar la perspectiva del viaje. El viaje como un trance íntimo y personal para llegar al relato, que es la densidad donde se transfiere esa experiencia a los demás. En esto los viajeros como él tienen algo de sacerdotes laicos, de experimentadores de lo lejano y ajeno para darlo a conocer a los cercanos y propios como un fruto sagrado. Lo hizo con ‘Sudd’, con ‘Los mares de Wang’, con ‘En la Barrera’, con ‘Solo para gigantes’ y siempre pretendiendo dar un giro a lo establecido, al menos desde un punto de vista formal. En ‘Voy’ el planteamiento es similar a la que adoptó J. M. Coetzee en ‘Verano’: la autoficción. La novela parte de una investigación que hace un periodista seguidor de los libros del propio Gabi Martínez, quien supuestamente ha desaparecido en Nueva Zelanda. El periodista entrevista a varias personas muy cercanas a Gabi; estas darán una visión de la vida y de las inquietudes del propio autor, a medio camino entre objetiva y crítica, a veces sin piedad, como hizo Coetzee consigo mismo. Se repasan muchos de los viajes y libros del autor, pero como si se viajara o se escribieran otra vez. Por eso es un libro de viajes al mismo tiempo que una novelización de la pregunta “quién soy yo”, utilizando un medio que permita conocer “quiénes son los demás”. Esto, en sí, ya supone una especie de viaje. Por eso Gabi Martínez es un escritor de viajes introspectivo que encierra un pequeño Homero dentro mucho más revolucionario que en otros escritores. Ha sabido encontrar la manera de renovar la literatura viajera mediante enfoques inusuales, dejándose llevar por la misma osadía –y lucidez– que tuvo su precedente más claro y confeso: Bruce Chatwin, con quien comparte la capacidad de ruptura y de recreación.

23 de abril
En una de sus últimas notas, Kafka escribe algo que en el fondo es el motor de muchos escritores, o al menos una idea de insatisfacción que yo tengo muy acusada: “Hasta ahora no he escrito aún lo decisivo; sigo fluyendo en dos direcciones. El trabajo que me espera es enorme.” Don DeLillo dijo hace poco: “Estoy escribiendo una novela muy difícil, un verdadero desafío. La empecé en septiembre del año pasado, y no sé cuánto tiempo tardaré en terminarla”.

Sé que escribir una gran novela pasa por asumir alguna vez algo muy difícil, que sea un auténtico desafío, que lleve mucho tiempo, desgaste mucha vida y uno no sepa cuándo la terminará. Escribir una novela es habitar en otra dimensión. Eso solo lo sabe el escritor, es su privilegio, su único privilegio.

 

 

 

 

 

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