Nuestro Tiempo › ListadoEl nombre

EL NOMBRE

A

 

 

 

 

 

 

 

 

A Paul B. Preciado

         Siempre he pensado que el nombre, en el fondo, tiene que ver con la subversión. El nombre es asignado al nacer. La cultura dominante se apropia de él y le da connotaciones, la mayor de las cuales es el género. Solo si eres trans entras en claro conflicto con esa cultura dominante e inicias “un proceso de subjetivación disidente”, como bien nos explica Paul B. Preciado en su inconmensurable libro ‘Un apartamento en Urano’. El libro de Preciado es una hipnótica reunión de artículos, textos, crónicas y reflexiones que puede causar en los lectores/lectoras una revolución, pero sobre todo incita a pensar y a comprender planteamientos que, al formar parte de la oposición ideológica al poder cultural dominante, quiebran el estado de confort que ese poder instaura.

Leer a Preciado es acercarse a un fuego que puede quemarte, pero probablemente para bien, pese a las exageraciones, errores y arrogancias que pudiera contener su libro; sin embargo, estas se compensan con las perspectivas lúcidas, reveladoras y liberadoras que contiene su pensamiento, quizá el más excitante y transgresor que puede leerse hoy en Europa. Este filósofo nacido en Burgos y que ha elegido escribir en francés es un hombre que puede decir con pleno orgullo que ha experimentado los cambios: el físico, el mental, el social y el vivencial. Un hombre que empezó siendo Beatriz y eligió ser Paul, tras pasar por una fase en que -por elección ideológica- fue Marcos como homenaje a otra persona. “Los nombres trans -explica Preciado- no indican pertenencia a otro sexo, sino que denotan un proceso desidentificación”. Reconozco que hay algo muy poderoso en Preciado que causa admiración, aunque no siempre se esté de acuerdo con él o sencillamente nos irrite, pero su figura es fundamental en la Europa que viene, en la que vemos signos de una democracia neo-nacionalista, neo-retrógrada y ultra-xenófoba.

En tiempos y políticas ferozmente identitarias, el cuestionamiento trans -como el cuestionamiento ‘queer’-, basado en el cambio de nombre como símbolo de la desidentificación iniciada ya con su cuerpo, me parece un hecho de gran calado subversivo. El nombre sirve para que seamos identificados, clasificados, numerados, distinguidos, etiquetados en una ortodoxia sexual. El nombre, además, se asigna mediante un rito, ya sea religioso o estatal, que fija en el bebé todas las identidades dominantes: la pertenencia a una nación, a una lengua, a una religión, a una cultura, a un género sexual, a una familia, etc. El nombre simboliza todo esto. Cambiar ese nombre primigenio, dado por otros -ya que el nombre asignado al nacer es una ‘marca’ impuesta-, es cambiar todas o parte de esas ‘identidades dominantes’ del sistema cultural en que se nace.

Cambiar de nombre es renunciar a una historia prescrita para iniciar un nuevo recorrido, partir de cero y ser otro. Porque ser otro, en realidad, es el gran trabajo que nos ofrece la vida. Construirnos, rehacernos; siempre debemos aspirar a ser, no quien la sociedad, representada por los padres, decidió que fuéramos a partir del nombre, sino, rebelándonos, ser quien con el tiempo intuimos que queremos ser; llegar a ser, en sumo, quienes somos en realidad, algo que descubrimos cuando podemos pensar y elegir por nosotros mismos. Y cuando eso sucede, en mayor o menor grado, siempre entras en conflicto con la sociedad de la cultura dominante, siempre estás transgrediendo el tabú del nombre, tu identidad.

¿De quién es el nombre? ¿Es nuestro o es de la sociedad que nos lo otorga como una matrícula o una huella de pertenencia? Al cambiarlo, quebramos un orden establecido mucho más sólido y firme de lo que imaginamos. Cambiar el nombre es enfrentarse a todo el gregarismo de la comunidad, y por tanto, representar un peligro, una fisura. La sociedad, opuesta por principio a los cambios identitarios -como los cambios de sexo, de orientación sexual, de nacionalidades, etcétera-, sospecha de quien se cambia el nombre, porque cambiar el nombre es cambiar el mundo.

Cuando se falsifica el nombre, se está buscando una vía ‘delictiva’ de la subversión. Los delincuentes falsean su identidad para lograr sus ilegales fines. Pero el cambio de nombre -incluso dentro de la falsificación- representa también un tributo y una singularización. Ya la asignación del nombre originario comporta un tributo -a un antepasado, a un amigo de la familia, a un jefe de estado- y también singulariza -tu nombre dice quién eres y eres lo que dice tu nombre-. Por tanto, ¿qué más subversivo que cambiar el nombre precisamente ‘como tributo y singularidad’? ¿Seríamos capaces a quienes admiramos, independientemente del género? Esa elección del nombre tributario incrementaría el rasgo singular, de unicidad, que aspiramos a tener y sentir al hacer ese tributo.

Vivimos tiempos subversivos, de angustia colectiva. La rebeldía tiene ya muchas caras. Todas hablan de libertad. En la mezcla esta también la confusión. Ahí está la contra-rebeldía de los populismos de ultraderecha, que hablan también de libertad, pero intoxicando la palabra y el sentido. Leer a Preciado es incómodo para quien tiene un pensamiento cómodo. Pero creo que, para asumir horizontes nuevos a golpe de salto cualitativo, que es como realmente se avanza en la Historia, es necesario, conveniente y placentero leer a pensadores como Paul B. Preciado. Una B, por cierto, que significa Beatriz, como palimpsesto de quien se fue y como huella de que antes hubo alguien distinto de quien hoy se es: el yo elegido libremente guarda una foto nominal del yo que se era, elegido por otros. Eres tu cuerpo, pero no eres del todo tu nombre. Ambos pueden cambiar, desde luego, pero la frontera está en tu cerebro.

 

>> Publicado en El Norte de Castilla

 

 

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados