De la Eternidad a la Eternidad,
el torbellino del mundo que enmaraña,
universal, callado, lo errante,
acribilla con oasis de oro la negrura infinita.
Por todas partes soles de bochorno, ceremoniosos
giran irradiando sus fértiles efluvios
para volver luego, extintos, a la honda tiniebla.
Y una sonrisa materna preside esa calma.
Pero aquí... aquí... peregrino solitario
por ese vacío sin ecos siempre abierto,
un globo helado agoniza. ¡Eres tú, Tierra!
Ahora, en esta soledad, en esta sombría nada,
sin ningún testigo que sueñe en los azules abismos,
disuélvete, roca sublime, en cenizas anónimas.
© 2008 Adolfo García-Ortega Todos los derechos reservados