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Elvira Lindo (y IV)

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De 'Una palabra tuya' decía Antonio Muñoz Molina que era su novela en la que la sinceridad ocupaba un lugar destacado. Comparto esa opinión, hay una profunda sinceridad catártica -real o no, eso no importa, porque en literatura lo que importa es si todo lo parece-, un acercamiento a la verdad, y el lector percibe esa verdad, la hace suya de inmediato. Esta condición de E. L. de reflejar la vida en distintos registros hace que el lector, en esta novela, se vaya envolviendo por la confesión, o la larga explicación vital interior que hace Rosario, y se contagie de la piedad hacia Milagros, y por eso queremos a Milagros, y por eso la comprendemos. E. L. da vida.

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La melancolía le afecta. Sobre todo en la primavera neoyorquina, donde la belleza efímera de la realidad de pronto se le pone ante los ojos y le toca la piel. Me dijo una vez, en abril: “Ayer estaba sola en Central Park paseando, me detuve para ver el atardecer, para ver el skyline tan maravilloso que hay orientado hacia el sur. Los edificios parecían iluminados, parecía que había un sol agazapado tras ellos, y me invadió el ánimo la idea de lo rápido que pasa el tiempo, la poderosa sensación de que todo se va, la vida, las pequeñas vanidades, estos días que tenemos delante de los ojos, y me dio una emoción que casi me sentí caer al suelo”.

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Le gustaría a veces no sentir las cosas tan arrebatadamente, ser más fría, pero no se siente hecha para eso, y el principio de la primavera siempre la trastorna, se ve despojada de los años que han pasado, que no los vive como buenos recuerdos, sino como tiempo arrebatado.

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Durante mucho tiempo tuvo la impresión de que la vida la llevaba, de que no la controlaba ella. Fue una sensación duradera, inhóspita y que provocaba una especie de retardo en la consecución de las cosas, de la felicidad. Por eso a veces todavía se pregunta: “¿Hago lo que dicta el enemigo o lo que en realidad yo pienso?”. Siempre descubre sola las cosas.

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En absoluto se puede decir que sea sencilla. Es más, aborrece ser juzgada o calificada como tal. Posee un barroquismo innato, una gran don para al artificio y el camuflaje. Es una mujer con un alto grado de complejidad, y eso forma parte de su indudable atractivo. La complejidad adquiere las caras de lo diverso, de lo mudable y de ligero. De ahí tal vez proceda su hipersensibilidad para que nadie se sienta herido. Ni la hiera.

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E. L. sobre 'Una palabra tuya': “Creo que es algo original, que tiene algo tragicómico, algo valleinclanesco. De verdad creo que Valle Inclán tiene algo que ver con esta novela, pero a lo mejor sólo son ilusiones mías. Creo que es el mejor personaje femenino que he hecho.”

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Su fuerza radica en que llega a hacer comprensibles las emociones y a profundizar, como todos querríamos hacerlo, en la propia alma. Además, hay otras cosas en sus novelas: el mundo de clase media-media baja que retrata, el mundo de frases, gustos, vicios, costumbres, contextos que refleja, absolutamente coherente y cercano para mucha gente, sin caer en ningún momento en lo que habría caído alguien con menos talento que ella: en la comedia costumbrista manida, en el potaje literario realista sin relieve. Lejos de eso, E. L. ha hecho en 'Una palabra tuya' una especie de variante de la tragedia griega con forma contemporánea como pocas veces se puede leer y experimentar. La imagen de Rosario entrando en el cuarto a ver el cuerpecito del niño muerto es absolutamente, arrebatadoramente inmortal, clásica, profunda, hermosa. Mítica, en fin.

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Es una novela de verdad excepcional. Todo lo que hay en ella, clima, avance de la historia, tensión, vitalidad, prosa, personajes, todo en suma está perfectamente logrado, se abre y se cierra perfectamente, y no se percibe de inmediato que en realidad es una novela muy compleja de pensar, de concebir, ya que los lectores captan una especie de "facilidad" narrativa, de fluidez, fruto de la depuración y fruto, a su vez, de la innata y natural virtud suya de escribir con la realidad incorporada.

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Del saber en el amor. En Madrid me dice: “Yo creo que Antonio es el hombre que me ha querido (que me quiere) durante más tiempo. Teníamos opiniones distintas. Yo pensaba que cuando me conociera más se cansaría pronto de mí (porque soy temperamental, intensa); él dice que me ha querido más al conocerme más.” Pero en el fondo es una mujer amorosa, extremada, y reacciona contra los controles, en materia del corazón. Sabe que experimenta las emociones sentimentales demasiado apasionadamente, y se repite a menudo que le gustaría en algunas ocasiones ser un poco más fría. Esta oscilación es propia de las apasionadas incurables.

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Tiene un gran sentido de la libertad, sobre todo para cambiar. A veces los lectores, transformados en los poseedores de ella como escritora, no quieren que cambie, y eso es duro. Pero sale a flote por su enorme y valiosa libertad para todo. Siempre es la niña feliz de aquella foto en la que está con toda su familia, sonriendo sola. Libre para esperar la felicidad que siempre llega, si se busca. Como ella hace.


 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados