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Habitación.- E. M. Forster, homenajeando a Virginia Wolf, escribió que ella “realizó una labor de dimensiones gigantescas y buscó nuevos caminos”. Muy cierto. En ‘Una habitación propia’, un ensayo sobre las mujeres, el dinero y las novelas, libro liberador y feminista, Virginia Wolf dice esta verdad: “una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas”. Se pregunta luego: “¿Por qué los hombres bebían vino y las mujeres agua? ¿Por qué el primero era un sexo tan próspero y el otro tan pobre? ¿Qué efecto tiene la pobreza sobre la novela? ¿Qué condiciones son necesarias para la creación de obras de arte?”. La condición económica ha sido y es la clave de toda necesaria independización femenina. Cita Virginia Wolf a la hermana de Shakespeare, tan genial como él, pero, sin dinero ni posición social, fue relegada al olvido. La vigencia de este libro de Virginia Wolf reside en que términos como independencia, libertad y equidad de la mujer siguen siendo objetivos aún no alcanzados. Y de modo absoluto, sin concesiones ni miramientos.

Heil.- Alguien piadoso (probablemente un intelectual soviético) halló una diferencia entre el nazismo y el estalinismo: confirmó sin ambages que en Moscú nunca llegó a prosperar la expresión ‘Heil, Stalin’.

Helena.- Gran mito de la mitología, el más complejo de nuestra cultura. Helena es la causa y la víctima de la guerra de Troya, el conflicto por antonomasia. Casada sin amor con Menelao, se enamora de Paris, quien la secuestra con su consentimiento; va con él a Troya, donde permanece los diez años que dura la guerra. Luego, tras la derrota que ella misma propicia, y antes de volver con Menelao, viaja otros ocho años más y llega a Egipto. Pero, según Herodoto, en Egipto le aguarda una sorpresa: descubre que ya había estado allí antes y no lo recordaba (o no lo sabía). Ocurrió dieciocho años antes. Llegó allí secuestrada por Paris. Los recibió entonces el rey Proteo, quien, enterado del adulterio, retuvo a Helena, expulsó a Paris y avisó a Menelao para que la rescatara, pero este nunca vino; sin embargo, Proteo, compadecido del amor de Paris, no permitió que partiera solo y, mediante magia, creó un fantasma de Helena; una doble ficticia que es quien viajó finalmente a Troya con él. Esto lo descubrirá Helena años después, al pasar por segunda vez por Egipto, donde vive aún la auténtica Helena, de la que la otra es una mera imagen. Surge así la leyenda de las dos Helenas: una, la que estuvo siempre en Egipto esperando a su marido, otra, la irreal, la que fue el centro de las guerras de su tiempo y de los deseos de varios hombres. La fantasmal fue inteligente, viajera, bella, aguerrida, amó a cuatro esposos, tuvo hijos, vivió varias vidas. La real, residió en Egipto y no tuvo historia. Ni fue recordada.

Hijo.- Leopoldo Alas ‘Clarín’, un genio de la narrativa como Galdós y Pardo Bazán, nos dio con ‘Su único hijo’ (1891) una gran novela de una modernidad asombrosa. Siempre es buen momento para leerla, porque sus matices son inagotables. De las más extrañas novelas de la literatura española, ‘Su único hijo’ supone la epopeya cotidiana del antihéroe Bonifacio Reyes. Bonis, como lo llaman, es un hombre mediocre pero por hacer, inmerso en una vida provinciana y enfrentado al progreso, a sus amores, a sus apuestas estéticas, a sus ingenuidades burguesas y al riesgo por lo nuevo; obsesionado por tener un hijo, se debate entre dos mujeres fuertes y astutas, Emma y Serafina, opuestas y complementarias, que transforman al bueno de Bonis en un iluso bienintencionado y espiritual. Una obra cumbre, adelantada a su tiempo y entretenida a más no poder.

Hipocondría.- Cuenta Jules Renard, en su monumental ‘Diario’, el colmo del hipocondriaco, cuando el médico recibió la siguiente llamada: “Venga, doctor, mi marido cree que ha muerto”.

Historia.- A cierta edad, todo es historia, y quizá por eso deja de haber historias.

Hogar.- En las novela de Jane Austen, el hogar es una especie de útero materno, cálido y confortable. En las novelas de Dickens, el hogar es una aspiración, una conquista. La literatura rusa espiritualiza los hogares. Proust convierte el hogar en algo retórico, como Simone de Beauvoir. El mundo de Galdós transciende el hogar, lo ignora. En ‘Nada’, de Carmen Laforet, el hogar es un espacio oscuro. En ‘Vida privada’, de Sagarra, es un espacio impostado. En ‘La colmena’, de Cela, directamente no existe el hogar, como tampoco tiene entidad en la obra de Delibes. La única literatura que sitúa el hogar en el centro de toda su simbología narrativa es la norteamericana. En ella, cualquier historia, épica, personal, coral o insignificante, pasa siempre por el hogar como algo orgánico, desde Mark Twain a E. L. Doctorow.

Homero.- No existió como tal. Es tenido por la suma de muchos ‘homeros’ anónimos que fraguaron la ‘Ilíada’ y la ‘Odisea’, orígenes de la literatura. Se le aplican tres etimologías: 1) que era ciego porque ‘ciego’ es lo que significa ‘homeros’ en el dialecto de Lesbos. Le viene bien al mito del escritor esa ceguera, formada en el platonismo de la mente. Todo escritor es un ciego que inventa la realidad, de alguna manera. 2) que Homero representa a una colectividad y por eso significa ‘mediador que une lo separado’, por tanto, Homero es la interconexión de historias por excelencia. Y 3) que Homero representa la memoria, la preservación del pasado, porque ‘homeros’ también significa ‘el que nos cuida’. Para ello creó el mito, el relato que no necesita ser cierto para ser verdadero. La pretensión de Homero, de todos los homeros, es detener el tiempo y representar lo real. Todos los escritores y todos los libros nacen de tal pretensión.

Humo.- Peyorativo por principio. Hay libros que lo son.

Humor.- Hipólito G. Navarro es un maestro en el humor fino y la sonrisa partida. Demuestra que el verdadero humor, en realidad, siempre es trágico.

 

>> Publicado en El Norte de Castilla

 

 

 

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