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Listado de columnas
Otra Galaxia
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La corta vida de Eva Heyman
Un fantasma al aparato
Barroco(s) y lectores
Imre Kertész y el escritor vacío
El odio del ‘hooligan’ que somos
El amigo del señor Bresson
Françoise Frenkel
Nabokov, un mal lector
Noche de invierno en Moscú
Elogio del traidor
De grandes números y sabios peligrosos
Estrangulamiento y atragantamiento
La extraña luz de las palabras
Historias australianas
Sefarad forever
La piel del tiempo
El bravo escritor y la sutil autocensura
Sospechando del Señor Grass
El grafitero imbécil y las calles vacías
Los viajeros aéreos de Lunardi
Decir Barthes es decir Barthes
Alteraciones de juventud
¿La sumisión como utopía?
Triviales sombras del poder
Sobre Natán Yonatán
Monstruos perfectos
Decálogo del escritor escribiente
Emily Dickinson siempre está
¿Sabe tu madre que te dieron el Nobel?
De Cervantes en Sterne
Reyes, reinas y gatos
Vísceras familiares
Arissa
Somos bioquímica y banderas
Amar Madrid
La vida misma
Breve guía fantasmal de Roma
Los hechos espirituales
El Greco y el cómic
Si el yo fuera texto
El inimitable Gonzalo Suárez
Memoria en acción
Vagar por las calles
Jep Gambardella
Visitas a G.C.I.
Días como estos
Mouawad
La mancha ingenua
Obligatorio leer ‘Karoo’
Ateo en Jerusalén
Cita con Cipe Linkovsky
¿Quién no se cree las novelas?
Yidish, amor y cábala
Mi vida con poetas
Contar la maravilla
El fotógrafo explorador
Rostros extraños, himnos futuros
Momentos de despertar
Una vez Charlie Parker
Sorpresas de la intemperie
El tiempo de las madres ausentes
Caviar o mortadela
Lihn y el chiste del pavo
Salman, el grande
Escribir tiene riesgos
Quién elige qué
¿Y qué fue de Portugal?
Mujeres inesperadas
La ropa de los amantes
Con todos ustedes, Nina Simone
Rimbaud para tiempos peligrosos
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