Otra Galaxia › Listado de columnasReyes, reinas y gatos

Reyes, reinas y gatos

Reyes y gatos

 

 

 

 

 

 

 

 

8 de septiembre
España parpadea y, por arte de magia, hay un rey nuevo. Rey nuevo salido de unos principios viejos y, como a más de medio país, me da un ataque de indignación: no nos han preguntado si queremos un rey o no queremos un rey, más bien se han burlado de nosotros, el pueblo soberano. De la derecha nunca espero nada bueno, y menos que me sorprenda con audacias memorables, pero en este asunto los socialistas han demostrado seguir a la altura de la enorme mediocridad que les caracteriza desde hace quince años. Inevitablemente, pasada la discreta coronación, me viene a la cabeza una famosa –y poco usada– frase del filósofo Kant: “Ten el valor de pensar por ti mismo”. Así que me he puesto a ello, consciente de que el hecho de pensar por uno mismo no suele gustarle al poder, que rehúye la heterodoxia. Me arriesgaré. Proclamo, por tanto, que, en materia de reyes, soy napoleónico. Descaradamente. Vaya por delante que va con mi carácter. Concibo un tipo de Estado como los EEUU, que es de un republicanismo casi napoleónico. ¡Qué lejos estamos de eso! Y soy napoleónico por provocar debate, es decir, pensamiento, al contrario del colombiano Álvaro Mutis, que era absolutista, partidario de Felipe II, solo por fastidiar.
En cuanto a las reinas, en ambos reinados –el pasado juancarlista y el actual felipista-, tienen las dos, Sofía y Leticia, su espacio propio: ambas suponen una incógnita con mucha sombra de intriga. Ya se sabe que en España, salvo las Isabeles, la primera y la segunda, que iban de cara y alternaban franqueza con perturbaciones obsesivas, las reinas han sido más interesantes que los reyes, precisamente por ese rasgo sombrío, secundario y misterioso de su proceder, casi político. A la larga, sin embargo, decepcionan, porque rascas en ellas y no hay nada debajo, a lo sumo un envaramiento estirado, un mar de tópicos y una escalofriante certeza de que la maternidad es su valor primordial. Aunque a estas alturas da igual lo que cada uno piense al respecto: el rey ya es rey, de golpe, de la noche a la mañana y precipitadamente. ¿Cuánto durará?  

12 de septiembre
En ‘La fiesta de la insignificancia’, la última novela de Milan Kundera, leo lo siguiente: “La insignificancia es la esencia de la existencia. Nos rodea por todas partes, y siempre. Está presente incluso allí donde nadie la quiere ver: en los horrores, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias. Eso exige a menudo valor para reconocerla en condiciones tan dramáticas y para llamarla por su nombre. Pero no se trata tan solo de reconocerla, hay que amarla, aprender a amarla.” Comparto esta idea de Kundera, un escritor insólito y provocador, que también piensa por sí mismo: adoro la insignificancia en su doble acepción, la de las cosas que carecen de importancia y la de las que carecen de significado. Seres, objetos, gestos, palabras, vidas… Sea grande o minúsculo, lo insignificante es inocente, es bello, y está por todas partes, reclamando una atención. En cada cosa, en cada persona, en cada rito hay grandes dosis de insignificancia que pide de nosotros un reconocimiento para revelarse en todo su esplendor y hacerse visible. Porque la insignificancia, pese a ser tan, tan evidente, goza del don de la invisibilidad.

14 de septiembre
Creo que la característica del siglo XXI, hasta la fecha, es que se ha deshecho de la Historia, acelerando la distancia con ella y dejándola atrás, como esos ciclistas que demarran en un puerto y dejan clavados a sus rivales. Nuestro presente parece no tener pasado. Se diría que todo está empezando a existir desde cero. Nuestro siglo solo cree en su presente y en su inmediatez; cualquier tiempo anterior es como un sueño lejano. Se ha desgajado del devenir de los siglos pasados como esas naves que se desprenden de su nave-nodriza y vagan por el espacio con una prepotente autonomía juvenil. Y como todo joven, nuestro siglo ni siquiera es capaz de concebir un futuro, tan ajeno a él como su pasado. Quizá, en realidad, no sea esta más que la característica de un típico periodo de entreguerras. Un excelente artículo de Joschka Fisher, ‘El agobio de Occidente’, publicado hace pocos días, rezumaba esta idea: vamos hacia un gigantesco conflicto. Porque este tiempo no recuerda que hubo otros tiempos con gigantescos conflictos también.

15 de septiembre
Paloma Díaz-Mas ha escrito un libro maravilloso: ‘Lo que aprendemos de los gatos’ (Anagrama). Sin duda, interesará a quienes convivimos con gatos y los amamos. Pero también a quienes tienen prejuicios sobre ellos, porque se los reducirá (salvo que sean alérgicos). Pocos libros de adultos se han escrito en los que el protagonista absoluto sea el gato. Solo, quizá, el de los poemas que le dedicó T.S. Eliot en su ‘Old Possum’s Book of Practical Cats’. Por otra parte, Díaz-Mas es una escritora extraordinaria, leerla siempre es un placer. Con una naturalidad asombrosa, nos introduce en el mundo de los gatos a partir de dos momentos que conocemos bien quienes hemos vivido y vivimos con estos sutiles animales: la muerte de un gato después de muchos años a nuestro lado y la llegada de dos gatos nuevos a nuestras vidas. Nunca he leído nada más hermoso sobre la naturaleza del gato, que es la de su independencia absoluta y su permisividad hacia nosotros, sus falsos amos, ya que, de haber algún dueño en esta relación, sin duda es él, el gato, quien tiene a bien compartir su vida con nosotros, sus iguales.

 

 

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