Otra Galaxia › Listado de columnas Sefarad forever

Sefarad forever

Serfardies

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

11 de junio

            Se aprueba la ley que concede la nacionalidad española a los sefardíes originarios de España. O sea, a los sefardíes de Sefarad, a los descendientes de los doscientos o trescientos mil judíos que fueron expulsados de España en el siglo XV. Es importante recordar la historia de esa diáspora, porque nos atañe dolorosamente.

Los judíos sefardíes, es decir, españoles, llegaron a España a partir de la segunda destrucción de Jerusalén por los romanos en el siglo I de nuestra era. Entre los siglos XI y XV tuvieron su máximo desarrollo. Fue un pueblo encapsulado en sus costumbres religiosas y sociales pero abierto en el desarrollo económico de los reyes españoles. En algunos reinos de esa época los sefardíes facilitaron también la buena convivencia entre cristianos y árabes. Desde 1391 hubo matanzas o juicios contra los sefardíes en varias ciudades españolas. Los religiosos católicos fanáticos los culpaban de ser ‘asesinos de Jesucristo’ y la mentira cuajó. Empezaron a responsabilizarlos de crímenes contra niños, de rituales satánicos y de traiciones políticas. Durante un siglo se creó una corriente de opinión adversa, como consecuencia de la cual se vieron privados de derechos legales, se les obligó a pagar altos impuestos y a vivir separados en aljamas o juderías. Sin embargo, los sefardíes de alta posición económica y cultural sirvieron a los reyes y al Estado y contribuyeron a la política y a la administración de la época.

En 1492, los Reyes Católicos publicaron su famoso decreto para expulsarlos a todos de España. El resultado de esta expulsión fue catastrófico para España y para los sefardíes, pero de modo desequilibrado: en mi opinión, fue mucho peor para el futuro de España. Los sefardíes sencillamente cambiaron de país y, asumida la fatalidad de ser un pueblo sin tierra, evolucionaron y renacieron.
La expulsión se debió al poder que adquirió la Iglesia católica en España después de la derrota de los árabes en Granada. Toda España pasó a ser cristiana y se quebró la convivencia de “las tres religiones”. Los Reyes Católicos lograron la unidad política de España y buscaron también la unidad de fe en el cristianismo. Hubo, por tanto, una razón religiosa para la Expulsión. No es algo extraño hoy en día, cuando el fanatismo religioso ha vuelto a cobrar un peso desmedido en las relaciones y en los prejuicios de unos pueblos con otros.

El decreto de Expulsión obligaba a los sefardíes a elegir entre la religión hebrea y la católica. Tenían tres meses para hacerlo. Como se sabe, hubo tres tipos de situación entre los sefardíes: a) los judíos que rechazaron el bautismo y abandonaron España; b) los judíos que fingieron una conversión, pero en privado practicaban la religión hebrea; se les llamó despectivamente “marranos”; y c) los judíos que se convirtieron al cristianismo sinceramente y se quedaron en España; se les llamó conversos, y fueron durante siglos el objetivo prioritario de la Inquisición. La Iglesia nunca se fió ni de los ‘marranos’ ni de los conversos, a quienes de manera pertinaz consideró una amenaza latente.

Muchos de los judíos exiliados fueron a Portugal, de donde, a su vez, serían expulsados cinco años después. Otros fueron a Burdeos, a Ámsterdam, a Hamburgo y a Londres. El gran Spinoza, por ejemplo, fue uno de ellos. Otros se establecieron en África del Norte y en el Imperio Otomano, primero en los Balcanes y luego en ciudades de Egipto y de Palestina. A lo largo de un siglo, esa diáspora se prolongó y extendió por otros países. Muchos de estos marranos fueron a Italia, Alemania o a ciudades de América. Muchos terminaron en Polonia.

Con ellos, desapareció totalmente el judaísmo de la Península Ibérica. ¿Consecuencias? Una pérdida absoluta de conocimiento, lengua, literatura, tolerancia, creatividad y economía. El dominio de la Iglesia católica, de nefasta influencia, en todos los ámbitos de la vida política, social y cultural. La pérdida ‘cesante’ de todo aquello que después los judíos han aportado a otros países de Europa, hasta el punto de ser esa aportación la base identitaria de lo europeo en sí mismo. Una ‘inteligencia no materializada’ nos fue sustraída a los españoles por varios siglos. Por su parte, para los sefardíes la Expulsión conllevó un desarraigo que ha durado hasta hoy. Fue una orfandad. Los exiliados se llevaron consigo su lengua (el ladino) y su espiritualidad (la Cábala), y también una infinita nostalgia por su patria, Sefarad.

La reconstrucción de la cultura sefardí en España comenzó a principios del siglo XIX. La persona clave fue un hombre llamado Ángel Pulido, médico y político español que viajó por  los Balcanes, Grecia y Turquía y conoció a empresarios que se denominaban “españoles de Oriente” y que hablaban del “retorno a Sefarad” como un objetivo. La mayoría de los sefardíes que se consideraban españoles vivía en el norte de Marruecos, que era Protectorado Español, pero para España la cuestión del reconocimiento de los sefardíes exiliados no fue nunca un asunto de justicia histórica, sino más bien un asunto de expansión y orgullo colonial.

Hoy en día los sefardíes están en muchos países, incluido Israel. No todos los sefardíes son hispano-sefardíes. No todos anhelan regresar a Sefarad. Pero todos forman parte de una rama judía que empezó en España, que fue arrancada de España y que dejó malherida a España para siempre. Por fortuna, ahora, ya por Ley, algo del daño causado se va a restituir, pero jamás se reparará el mal de aquel decreto que envenenó la sangre española para siempre.

14 de junio

Muere mi padre, un hombre extraordinario, y la alegría se oscurece.

 

 

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados