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Nabokov, un mal lector

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29 de enero

A propósito de la novela de R. L. Stevenson ‘El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde’, Vladimir Nabokov dictó una conferencia en la Universidad de Cornell, Ithaca en 1952. Está publicada en su ‘Curso de literatura europea’. Lo primero que me llama la atención es que no me descubre nada nuevo, y tan solo hallo una cierta pulsión reconfortante en los párrafos finales de esa ‘lección’, cuando Nabokov, con la ternura cómplice y franca de un escritor que escribe sobre otro escritor (reconocimiento fraternal entre iguales que sucede con más frecuencia de lo que pudiera suponerse), cuenta los últimos momentos de la vida de Stevenson, quien, a causa del derrame que le sobrevino, creyó haber sufrido una transformación en su rostro, una deformación, al igual que le ocurría a su Jekyll cuando se convertía en Hyde. Pero más allá de esos párrafos emotivos, el texto de Nabokov es una sarta de obviedades y de redundancias. Lo cual me ha llevado a detenerme brevemente en el Nabokov lector y a analizar sus cualidades como tal. Admirando como admiro a Nabokov (aunque de manera discontinua, ya que siempre parece imposible la comunión total con él, salvo en el caso de su obra maestra ‘Lolita’), he llegado a la conclusión de que en realidad era un escritor incapacitado para entender la literatura de los demás. Creo incluso que al único escritor al que comprendía verdaderamente era a sí mismo.

Reverencio a Nabokov y lo considero un  escritor genial, de los más grandes del siglo XX. Pero no dejo de lamentar que sea un lector tan torpe y con tan tupidas anteojeras. Sus famosos ‘cursos’ de Cornell son apasionantes a priori y decepcionantes al final. Revisar las grandes obras de Dickens, Flaubert, Tolstoi, Joyce o Kafka, entre otros nombres gigantescos, no produce en Nabokov ningún avance luminoso que supere una descripción y una interpretación someras y ramplonas, sin riesgos. Es como si Nabokov buscase ponerse siempre en un punto de vista original, pero evidenciase a su pesar una inusitada miopía. Es cierto que sus comentarios pueden ser sugerentes, y más aún para estudiantes que se enfrentan a dichos autores por primera vez, pero cuando publicó esas conferencias bajo la forma de ensayos analíticos, el resultado demostró una visión como lector más convencional de lo que cabría esperar en un escritor tan creativo como él. Hay un caso, además, en el que da muestras de ser un pésimo lector y de no haberse enterado de nada. Se trata del ‘Quijote’ de Cervantes, libro que Nabokov calificó como “viejo libro cruel y tosco”. Sus anotaciones y comentarios sobre el ‘Quijote’ tienen, hoy por hoy, un carácter más bien vergonzante, por la ignorancia que manifiesta y la falta de sintonía con la obra cervantina que revela.

Nabokov, por ejemplo, no acepta –se irrita incluso, como un niño malcriado de clase superior– que ciertos estudiosos comparen a Cervantes con Shakespeare. “No, por favor –dice Nabokov–: aunque redujéramos a Shakespeare solo a sus comedias, Cervantes seguiría yendo a la zaga en sensibilidad, inteligencia, imaginación y humor”. ¡Qué pensaría hoy Nabokov si se demostrase la teoría de que Shakespeare ni siquiera existió! Pero, en fin, dejemos esta otra historia para otro momento. Centrándome en la lectura que el ruso hace del ‘Quijote’, lo que es innegable es que Nabokov parte de una altivez cargada de prejuicios, con gran desprecio hacia Cervantes, hacia su cultura y hacia su obra, de la que solo salva, y a duras penas, el ‘Quijote’. A Cervantes, para perjudicar de rebote su novela, lo llama discreto, fracasado, ignorante, muerto de hambre, grotesco, morboso y otros lindos calificativos que, en cierto modo, extiende también al ‘Quijote’. Y destaca de esta novela, fundamentalmente, la crueldad. Dejando aparte en mí cierto espíritu de español ofendido, creo que es evidente que entre la obra de Nabokov y la de Cervantes no hay el menor vínculo posible. Pero no es de extrañar, pues él mismo niega cualquier puente, de mayor o menor influencia, incluso con escritores de la talla de Flaubert, Tolstoi, Proust, Joyce o Melville, porque no reconoce vínculos entre él y ningún otro escritor. Quizá por eso la obra literaria de Nabokov es única e inaudita, una rareza monumental en la historia de la novela. En esto también reside su atractivo, en que conformó una literatura en sí misma. Y como autista literario, era imposible que diera el salto a la literatura ajena: sencillamente, no estaba en su genética de escritor. ¿No es esto lo que caracteriza a quienes llamamos genios? ¿No son los genios unos seres de los que no podemos aprehender nada porque ellos tampoco pueden aprehender nada de los demás?

 

7 de febrero

Ante la Europa de ahora mismo, a punto de una implosión política, estancada en la aparición de sus viejos fantasmas ideológicos y paralizada por un miedo atroz a los nuevos bárbaros que, desesperados y vitales, vienen a poblarla, cito a Montesquieu: “La libertad, ese bien que hace posible disfrutar de todos los demás bienes”. Pero en Italia, por desgracia, en el gobierno de Matteo Renzi, un hombre culto, nadie ha leído a Montesquieu, cuando han decidido tapar los desnudos de las obras de arte para no ‘ofender’ al presidente de Irán, Rohaní, el líder de un régimen responsable de la represión y muerte de cientos de miles de iraníes: hemos perdido todos los europeos una ocasión de sostener nuestros valores de libertad, al plegarnos, por dinero, a un clérigo retrógrado, representante de un concepto religioso que acabará barriendo a Europa del mapa de la Historia. Y Europa se lo tendrá merecido, por cobarde y sumisa.

 

 

 

 

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