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Rimbaud para tiempos peligrosos

28 de mayo
Tanto tiempo y tan poco tiempo. Asisto a una conferencia en la que Gonzalo Suárez habla del tiempo, pero empieza la conferencia por el final, y ya no hay tiempo. Y solo le faltó decir (¿o lo dijo?) que así era la vida: levantar la mano y ser cercenada, abrir la boca y enmudecer, hola y adiós con nada en medio. Casi estuvo a punto de marcharse nada más llegar, porque la primera palabra que dijo fue fin. Puede que la segunda fuese gracias.

Pienso entonces que tiempo, mucho tiempo, es lo que media ya entre Gonzalo y yo. Lo conozco y admiro desde hace muchos años, incluso desde mucho antes de conocerlo. Somos amigos, nos queremos. Es el director de cine de algunas de las mejores películas españolas y el escritor español de algunas de las mejores novelas extranjeras, porque su literatura, fuera de todo contexto realista, es digna expresión de otra literatura, quizá de otro país, siempre de otra imaginación; como escritores, lo que nos une a los dos, en cierto modo, es esta paradoja, la de que ambos escribimos en una lengua pero tenemos la concepción literaria de otra distinta. Por eso a veces nos reconocemos como dos islas, dos mundos encapsulados en una gota de ámbar en nuestra cultura hispánica, en la que priman corrientes literarias y artísticas a las que somos ajenos, y viceversa.

Cuando Gonzalo Suárez habla del tiempo, en realidad confiesa que habla de algo que es absurdo. O mejor dicho, veloz. Veloz y flexible hasta la inexistencia. Todo lo que es hoy, según él, enseguida es ya, inexorablemente, ayer remoto. Todo se precipita hacia el olvido a medida que pasa el tiempo (tempus fugit!). Y, sin embargo, hay que atacar, subraya él, quedarse quieto a la defensiva es una renuncia inaceptable. Que pase el tiempo, sí, pero con nosotros combatiendo dentro.

29 de mayo
En los tiempos que corren no me canso de sugerir volver a Rimbaud, si es que alguna vez hemos cometido la torpeza de abandonarlo. Amo a Rimbaud. Cuando se es joven, leer a Rimbaud es estimulante, adictivo y, literariamente, peligroso: hay poetas en los que uno puede quemarse y perecer para siempre, si se acerca demasiado. Decía Gil de Biedma, a este mismo respecto, parafraseando a su maestro inglés W. H. Auden, que un poeta joven debe empezar por imitar a poetas menores, porque si empieza por imitar a los mayores, arderá en su llama. Bien: la poesía de Rimbaud, por tanto, es lectura para encenderse de joven, evitando siempre copiarlo demasiado –aunque me temo que es imposible no hacerlo–; pero también lo es para revigorizarse en todo tiempo y edad. Es un pozo sin fondo, y con el tiempo se ahonda más. Es inmortal de verdad. Sus versos provocadores agitan las conciencias más cada día, sus versos oscuros se vuelven más elocuentes, sus extrañas imágenes nos asombran por su vigencia renovada, su palabra germina hoy como ningún otro escritor del pasado. Y eso que dejó de escribir a los diecinueve años.

Pero entró como un cuchillo hasta el fondo de nuestro corazón. Por eso lo amo. Y cuando, hace unos años, tuve frente a mí el famoso cuadro de Fantin-Latour Rincón de mesa, me quedé extasiado mirando a aquel joven Rimbaud bello, singular, imberbe, que estaba pintado junto a Verlaine y que, sin saberlo, había cambiado el mundo. Lo miraba consciente de que él también me miraba a mí. Sin Rimbaud no habría movimiento 15-M. Pero tal vez no lo sepamos todavía. Es cosa de tiempo.

30 de mayo
Félix de Azúa da en el clavo. Su artículo, publicado hoy en El País, sobre el extraordinario libro de Paul Berman La huida de los intelectuales (Duomo Ediciones) es de una lucidez necesaria. El politólogo norteamericano Berman ha escrito un libro razonado sobre la figura del teólogo islámico Tariq Ramadan, icono de los intelectuales progresistas cuando en realidad es una serpiente con piel de cordero. Desmenuza Berman el falso discurso de Ramadan y llega a la esencia de su profundo integrismo como arma sutil y violenta. Pero el problema real que denuncian tanto Berman como Azúa es la dejación de enfrentamiento, por parte de los intelectuales europeos, a la dialéctica reaccionaria que este teólogo “moderado” está introduciendo en Europa, bajo capa de que un islam incomprendido tiene mucho que aportar. Según Ramadan, la lapidación de mujeres, la sharia y los principios político-religiosos de los Hermanos Musulmanes (fundados por su abuelo, cuyas teorías Ramadan maquilla sin descanso) son la base de esa riqueza que aún desconocemos. Ramadan es la antítesis de Rimbaud, y muy peligroso.

4 de junio
Adam Zagajewski, el gran poeta polaco, europeo auténtico, que simultanea tiempos, lugares, historias en sus apasionantes ensayos y poemas (su última maravilla es Mano invisible, Acantilado), me recuerda una idea que leí hace años en un libro de Stephen Hawking, ilegible para profanos: el tiempo es curvo. Reconozco que me ha dado miedo. Sobre todo porque al pensar en Ramadan he recordado a Goebbels, son semblable, son frère.

 

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