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El bravo escritor y la sutil autocensura

Danilo Kiš y José Pellicer de Ossau

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2 de mayo
¿Qué se espera hoy en día del creador, del artista, del intelectual? Como tal creador, no puede ni está obligado a hacer nada más allá de su trabajo expresivo. Ni siquiera tiene otra responsabilidad, salvo ganarse la vida, si lo logra. Pero sucede que un creador o un intelectual se siente interpelado por la realidad casi de manera automática. Se hace preguntas y las propala. Un creador es una fábrica de hacer preguntas, y de proponer respuestas. Puede ser un abanico de respuestas o un abanico de acciones. Obviamente, no tiene todas las respuestas, aunque a veces, esas preguntas pueden orientar a la sociedad o a las personas hacia sí mismas. Otras veces, las respuestas son inequívocas y tajantes. Alteran y transforman.
El escritor, el intelectual, se enfrenta así a una decisión de carácter privado: elegir o no un papel activo con su palabra. Si elige no hacerlo, nada debería reprochársele, faltaría más. Pero si elige hacerlo, entonces se convierte en alguien incendiario y vulnerable a la vez. Participa en el combate de las ideas, en la lucha de la razón, en el frente de la palabra. Si es honesto, descubrirá que la verdadera valentía es ponerse en el lugar del otro, aceptarlo, respetarlo. Pero también criticarlo. Y en esta capacidad de interferir en el criterio del otro está el meollo de la sociedad mestiza, con riesgos y beneficios, en la que vivimos: hemos de fluctuar entre el respeto y la crítica. Tal combinación es ni más ni menos que la tolerancia. Hoy es una idea en cuestión.

Para el escritor, en un mundo represivo y amenazante como el actual, la autocensura es una tentación subliminal en la que a veces ni siquiera repara. Si entendemos la autocensura como la inhibición de la expresión de la propia opinión por miedo a las consecuencias, en realidad es una renuncia a la libertad. Uno se amputa una parte de su obra para que no se produzca una consecuencia indeseada hacia uno mismo. Puro miedo, hablando en plata.

El escritor –el artista– es un ciudadano más, generalmente más proclive a una profesionalidad que a una mística. Sin embargo, es obvia su idiosincrasia. De alguna manera, el escritor y el artista, ‘significan’. La clave consiste en tener una opinión formada. Pensarla. Enriquecerla. Contrastarla. Y sobre todo sostenerla. Hay que tener el valor de opinar ‘formadamente’. Y el valor de opinar a contracorriente, contra el pensamiento generalizado, por muy democratizado que aparente ser. Y, por supuesto, no ceder ante el miedo colectivo. Pero el miedo es ambiguo, propone una dicotomía clave: el miedo no es malo porque anticipa la supervivencia, y sí es malo porque quita la libertad. Asumir una opción, basada en una opinión, un punto de vista o a veces una verdad, te deja solo.

Entonces, ante esa soledad y esa marginalidad, es difícil no ceder a la autocensura. La autorregulación, que es lo que conlleva a la autocensura, era llamada por Isaak Babel como “el género del silencio”. Es cómodo dejarse silenciar por los demás, nadie te lo recrimina. Pero es difícil quitarte de la cabeza la sensación íntima de que estás haciendo una traición (a la verdad, a ti mismo, a tu obra).
Sin embargo, por fortuna, hay quien no elige el camino del miedo. Por su propia naturaleza arriesgada, son los escritores y los artistas los primeros en rechazar ese camino. El dilema es dramático cuándo la opción radica entre conquistar y preservar la vida o conquistar y preservar la libertad. John Stuart Mill, el gran teórico de la libertad, decía que “no es la sociedad la que requiere protección contra el individuo que se aparta de la norma; por el contrario, hay que proteger los derechos del individuo por encima de todo”.
Esta es la disyuntiva a la que nos somete el terrorismo en nuestra sociedad. Un terrorismo que no olvidemos que sigue latente, acechante y muy dañino, esperando que bajemos la guardia, como sociedad abierta y balnearia que somos, o que nos sometamos a una represión falsamente protectora.

La manipulación del miedo está en el origen del terror, de la censura y de la autocensura. La autocensura es una claudicación. ¿Hay mucha autocensura entre artistas o escritores hoy en día? Supongo que sí y supongo que no. Me explico: no hay autocensura en el sentido de que nunca ha habido más pluralidad que ahora, y pasa más desapercibido el enfrentamiento frontal contra el mecanismo de manipulación de la libertad. Y sí la hay en el sentido de que los escritores eluden los conflictos que amenazan la libertad. Hay una especie de autocensura por razones de comodidad, de comercialidad, de mantenerse dentro del ‘gusto’ o la ‘aceptación’ de las mayorías.

En el fondo es una defensa. La autocensura sirve para defenderse mediante la eliminación: no hacer, no escribir, borrar, tachar, desparecer. La autocensura es, qué duda cabe, una ‘eliminación’. Sobre esto sabía mucho el gran Danilo Kiš, quien escribió: “La autocensura se alinea con las mentiras y la corrupción espiritual”. A lo mejor en España y en Europa no toda la corrupción tiene que ver con dinero y la codicia, a lo mejor tiene que ver con el miedo y la cobardía.

8 de mayo
Sobre el escritor en general y su borrosa identidad, encuentro esta sabrosa cita del filólogo gongorista José Pellicer de Ossau, quien, en el siglo XVII, escribió con admirable modernidad: “Los que escriben tienen, por teatro, un mar que ondea siempre sin constancia; por jueces, un cuerpo monstruoso de tantas cabezas como pareceres; y, por premio, una voz confusa, sin certidumbre”. Lógicamente, lo aplaudo.

 

 

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