Otra Galaxia › Listado de columnas Los viajeros aéreos de Lunardi

Los viajeros aéreos de Lunardi

Los tres viajeros aéreos favoritos de Rigaud

 

 

 

 

 

 

 

 

19 de marzo
Hay en el Museo del Prado un cuadro de 1785 de John-Francis Rigaud titulado ‘Los tres viajeros aéreos favoritos’. Recoge el momento del despegue del segundo viaje en globo de Vincenzo Lunardi sobre Londres. Es un cuadro que no se exhibe habitualmente, tan solo está en los fondos del museo. Yo tuve ocasión de verlo una vez. Fue un amor a primera vista. Me cautivó. No he podido volver a verlo. Pero averigüé su relato.

El joven Vincenzo Lunardi llegó a Londres en 1782 como asistente del embajador de Nápoles. Son los tiempos del largo reinado de Jorge III y es la Londres retratada por Hogarth, una ciudad oscura, promiscua, peligrosa y repugnante, enlodada y cruel. Un año después, en 1783, Lunardi ya es famoso en los salones londinenses. Es alguien extremadamente singular: su personalidad de hombre irresistible lo hace inteligente, elegante, rápido, listo, amable, generoso, dandi, seductor, atractivo y brillante. Sabe de ciencia, de mundo, de aventuras, de política, pero es cauto. Para todo asunto tiene un comentario sagaz y evasivo.

Le caracteriza sobre todo su amor por la técnica, por las máquinas, por la física. Esa inclinación por la ciencia proviene de su relación con el científico napolitano Vincenzo Cavallo, una especie de maestro suyo. Cuando Lunardi llega a Londres, Cavallo está en la Royal Society, donde en ese tiempo son famosas sus investigaciones sobre el hidrógeno. Lunardi, que ansía volar, espera hacer vuelos aerostáticos con su ayuda.

El asunto del gas fue capital para los globos. Los hermanos Montgolfier, los pioneros en la aerostática, famosos en ese momento, usaban ‘aire caliente’ y nada más. Sin embargo, Cavallo, junto con George Fordyce, habían producido hidrógeno a partir de la mezcla de ácido sulfúrico y limaduras de zinc y de hierro. Lunardi empleará ese hidrógeno porque su peso era de 89 gramos por metro cúbico, pero era un gas más volátil y muy peligroso. Con el tiempo, el gas que se acabaría imponiendo sería el helio, pero aún no en 1785.
Las personas que aparecen en el cuadro de Rigaud son, aparte de Lunardi, que es quien agita el brazo en señal de despedida, un tal Georges Biggin y Letitia Anne Sage. Letitia era actriz, pero la Historia le deparará un sitio de honor como la primera aeronauta. En los escenarios no tuvo fama. Quizá actuó más en provincias que en Londres. Pero sí fue conocida como empresaria teatral. Controlaba la dirección del Drury Lane Theatre. Sabemos también que Walpole dijo de ella que era “soez”.

La tela del globo de ese viaje de 1785 representaba, cómo no, la bandera de la Union Jack. Era seda cubierta de un barniz elástico, mezcla de caucho y aceites, con un diámetro de 10 metros. Lunardi inventó un absurdo sistema de propulsión: puso alas y remos a los lados para la navegación. No servían para nada, pero aumentaba el dramatismo. El habitáculo se completaba con una red y unos sacos de arena para el lastre.

La financiación corrió a cargo del tal Biggin, un mecenas liberal sin prejuicios que fue un buen amigo de Lunardi. La fecha del vuelo se fijó para el miércoles 29 de junio. El despegue se hizo desde la Rotunda de Mr. Arnold, en St. George’s Field, por Southbank. Los químicos Fordyce y Cavallo empezaron a hinchar hidrógeno en el globo la noche anterior. Tras varios intentos, el balón no lograba despegar. La cesta era demasiado frágil para las cinco personas a quienes Lunardi había invitado. Dos –el Coronel Hastings y una desconocida– ni siquiera lo intentaron; Lunardi tuvo que dejar su propio sitio a Biggin, que era quien financiaba, y a Miss Sage, porque estuvo muy persuasiva y también había puesto dinero en la empresa. Lunardi incluso hizo un contrato privado con ella para espectáculos posteriores en Covent Garden y en París; además, iba a ser la primera mujer que volase.

En el cuadro de Rigaud, ella sale delgada, cuando en realidad era bastante gruesa. Ese año llegó a pesar 200 libras, razón más que probable por la que Lunardi se quedó en tierra, ya que el peso de su financiadora era muy específico. Subieron, pues, los que pagaron para hacerlo. Pero, curiosamente, el cuadro de Rigaud no recoge la baja de Lunardi.

A las 13:25 Biggin dio la señal para cortar las amarras y el globo despegó. El día era claro, con sol espléndido. Había entre 150.000 y 200.000 personas viendo aquello. El rey y la reina estuvieron siguiendo el vuelo con un catalejo desde un balcón de su palacio. Gracias a una carta posterior de Letitia Sage, podemos saber hoy cuáles fueron las peripecias del vuelo. Experimentaron sensaciones de terror, placer, inquietud, nerviosismo. Almorzaron jamón, pollo y una botella de vino de Florencia. Tenían un catalejo y un megáfono. Biggin, que demostró pericia como piloto, tocó varias veces una pequeña campanilla e hizo una prueba eléctrica, no sabemos cuál. Los dos cumplieron un sueño, más una especie de experimento privado (como si hubiesen pactado allí arriba hacer algo juntos) del que nadie supo nada, ni siquiera Lunardi, y que luego fue desvirtuado por la malicia popular. Algo de sexo, dicen.

Cuando tomaron tierra, un campesino asustado los agredió. Los salvaron unos jóvenes alumnos de la escuela de Harrow, que invadieron el campo donde aterrizaron. Lo brutal fue que algunos del lugar trataron de vejar a Miss Sage. Biggin salió en su defensa como un caballero. Todo esto lo recogió el ‘New London Magazine’ en su número de octubre. El cuadro del Prado no permite suponer ninguna de estas cosas. Tan solo atrapa al espectador en un extraño deseo de insaciable curiosidad. Lunardi, tras 19 vuelos documentados, murió en un convento de caridad de Lisboa, en 1806, olvidado y pobre.

 

 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados