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Mujeres inesperadas

 

 

 

 

 

 

 

 

22 de agosto
Nabokov nunca se acaba, aunque a veces satura. Y entonces conviene, tras el atracón, dejarlo descansar, distanciarse de él una temporada. Luego se recupera y se descubre de nuevo como si nunca lo hubiésemos leído. Surgen en ese momento las sorpresas, los tesoros ocultos. Eso me ha ocurrido con Ada o el ardor, un libro-artefacto al que vuelvo a veces para tratar de comprenderlo en toda su extensión y siempre se me escapa.
Quien venga de leer Lolita –novela fascinante, compleja, inimitable– no debería caer en Ada o el ardor, al menos inmediatamente. Se decepcionará. Ada… es un mundo selvático que requiere tiempo, mapas, guías, vacíos mentales, una gran capacidad de trabajo como lector (una exigencia de la que siempre advierte Nabokov) y sobre todo el mismo aprecio por la libertad que demuestra su autor. Esta novela rotunda y ligera a la vez está a la altura de los juegos de Joyce y de la morosidad de Proust. Es erótica hasta extremos de un refinamiento gozoso, pero también es política, y es fantástica, y es satírica, y es filosófica, pero sobre todo es, en definitiva, sumamente extravagante.
Parece escrita sin una meta, solo por el placer de la escritura, y destinada al placer de la lectura. Nunca una novela ha sido más un viaje a ninguna parte. En ella, estamos en medio de un territorio suspendido en la palabra, ni siquiera en una geografía, y navega por el caprichoso azar de una relación amorosa (y formativa, infantil, caótica) entre Van Veen, Ada y sus respectivos mundos clausurados. Al término de la novela, cuya peripecia no hay que empeñarse en seguir porque en realidad equivale a caer en una trampa (la del sentido), uno despierta de un encantamiento. ¿Dónde he estado? ¡Qué importa! Solo la ficción hace propuestas, remite una y otra vez al juego entre poseedor y poseído. Y Nabokov posee.

28 de agosto
Por eso, inmerso en la lectura de esta obra maestra de la arbitrariedad que es la novela de Nabokov, cayó en mis manos un libro más que oportuno, mágico: El encantador. Nabokov y la felicidad (Duomo Ediciones). Para mayor pasmo, el libro no es un ensayo, aunque lo parezca, sino una novela, aunque nadie lo diría. Y su autora no es una catedrática de Princeton sepultada en años de estudio, sino una joven de origen iraní cuya apariencia (y prosa) remiten de inmediato al contenido de su novela: la felicidad. Se llama Lila Azan Zanganeh.
Su libro fabrica un caleidoscopio sugerente de Nabokov y sus intenciones literarias. Un homenaje, sí, pero también una gran apostilla a la obra toda de tan insólito genio que siempre habitó el castillo de la infancia y consideró la vida como un juego perpetuo, inocente y salvaje, en el que empezar una y otra vez. Nada hay más impostado en Nabokov que la tragedia (y su vida estuvo rodeada de ellas, véase si no su Habla, memoria), y nada hay más exultante en sus novelas y opiniones que la alegría por la invención, por “recrear la jugada” (y su vida tuvo cientos de ellas, véase si no su Habla, memoria). Libro ingenuo, inteligente y premonitorio, El encantador es una joya que nadie, ni siquiera los lectores alejados aún del inagotable Nabokov, debe perderse.

1 de septiembre
Mujeres que no se esperan. Leer Ada o el ardor me ha llevado, de paso, al apasionante viaje exploratorio de lo femenino (juraría que ese es el mayor desafío literario de Nabokov). Para un hombre es un viaje en sí mismo, quizá el viaje de toda su vida. Al hilo de esto, vuelvo a ver la primera película de Jacques Demy, Lola (1960), desde esta perspectiva. ¿Lo hago porque inconscientemente pienso en Lolita? Creo que no, porque no tienen nada que ver. La película de Demy se convirtió hace años en una de mis películas favoritas. Es hipnótica, fetichista, imperfecta, volcánica, identificativa. En ella, uno no puede evitar enamorarse de Anouk Aimée (Lola, la cabaretera-prostituta-madre-tierna-soñadora), pero tampoco de la adolescente Cécile y de su madre, esa viuda sofisticada y elegante, incluso de la locuaz pintora, ya mayor y malévola, o de las otras mujeres del cabaret de Lola, las cuales, con el somero apunte que de ellas hace el director, dejan entrever un abismo de matices en el que perderse. Hay ríos profundos –femeninos– que unen esa película de Demy y esa novela de Nabokov. Ríos por los que navegar.

4 de septiembre
Otra mujer inesperada: Dorothy M. Johnson. Esta escritora de Iowa, que nació en 1905 y falleció en 1984, quizá no sea un nombre reconocible, pero si se dice que es la autora de los relatos del Oeste sobre los que se han hecho algunos de los mejores western del cine, uno abre los ojos como platos. El árbol del ahorcado, El hombre que mató a Liberty Valance, Un hombre llamado Caballo son algunos de sus títulos (reunidos en Indian Country, Valdemar). Fue una escritora de género, muy popular y admirada. Sus historias y cuentos poseen una eficacia narrativa demoledora, que recuerda a Hemingway o a Steinbeck. Fue muy apreciada por los indios. Eso ya quiere decir algo.

 

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