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K.- 1. Es la letra de Josef K., el oficinista bancario de El Proceso, novela en la que un hombre corriente es acusado de algo sin motivo ni razón y es juzgado por ello. Ese personaje y la situación ilógica que padece son el símbolo kafkiano por excelencia. 2. Es la inicial del apellido del más grande escritor del siglo XX, Franz Kafka, una literatura en sí mismo y una variante del humor oscuro. 3. Es una bella letra que abunda en prácticamente todas las lenguas, menos en la española, donde apenas se utiliza (siempre he lamentado nuestro rácano uso de esta letra arcana y primitiva desde los primeros alfabetos). 4. En el código internacional de señales es una bandera azul y amarilla que quiere decir “Búsqueda de comunicación”. 5. Es la letra primordial del ladino sefardí, por tanto, la letra judeoespañola por antonomasia.

Kapuscinski (Ryszard).- Hay algunos escritores de viajes, con piel de periodista y alma errante, que han fijado un patrón contemporáneo de lo que es el viaje literario. Curiosamente, el paradigma geográfico de esos libros es África, e inexcusablemente el paradigma de ese tipo de escritores viajeros es el polaco Kapuscinski. De todos sus libros de reportero, elijo Ébano, una visión completa y justa del continente africano a lo largo de los últimos cuarenta años y de los diversos sucesos que lo han sacudido, de los cuales Kapuscinski fue testigo. Esa es la clave del viaje: ir para ser testigo, para ver, y para experimentar el ir. Uno de sus iguales es el inimitable Bruce Chatwin y su libro africano El virrey de Ouidah, un escritor que no dudaba en viajar al fin del mundo para conocer lo que los viajes regalan a quienes los hacen: las sorpresas del trayecto. Discípulos confesos de Kapuscinski son los españoles Javier Reverte, Cristina Morató y Gabi Martínez, narradores viajeros de primer orden con mirada de periodistas incansables. Todos, en cierto modo, rezan al dios del viento siempre con el mismo poema: “Ítaca”, de Kavafis. “Cuando partas de viaje a Ítaca / desea que tu camino sea largo, / lleno de aventuras, pleno de experiencia.”

Kennedy Toole (John).- Recuerdo que cuando leí por primera vez La conjura de los necios, de Kennedy Toole, pensé de inmediato en imitarlo, un imposible. Era mucho más que una novela desternillante: era la comedia dickensiana escrita por un Flaubert desatado con la inventiva feroz de un Swift y la estructura desafiante de un Perec. Las posteriores relecturas de esta novela me han llevado a cifrar muy alto el nivel de su genialidad y a ver la dimensión tragicómica que se burla de todo hasta extremos destructores: no hay discurso social más demoledor de la sociedad que esta novela. Kennedy Toole no llegó a conocer el futuro de su obra: se quitó la vida por culpa de un exceso de falta de fe en sí mismo. Yo creo que fue la propia novela quien lo mató, sabedora ella de que su posteridad pasaba por la desaparición temprana del pobre Kennedy, sustituido para los lectores por el protagonista irrepetible, ese Ignatius Reilly que nacía directamente en el universo de los arquetipos imperecederos. Tengo la certeza de que una novela se abre camino en el tiempo ella sola y La conjura de los necios lo demuestra: pervive como un ser orgánico, independiente y pluriforme. Creo que las novelas son la única especie que vale la pena conservar de este planeta.

Kilimanjaro.- Es famoso el relato de Ernest Hemingway “Las nieves del Kilimanjaro”, pero quizá lo sea por el cine y no por la literatura. Para mí, Hemingway es autor de algunos de los cuentos más perfectos que he leído, los cuales dan la medida del narrador sublime que era. En “Las nieves del Kilimanjaro”, un hombre está malherido en un lugar de África y espera junto con la mujer que ama a que vengan a rescatarlos. Mientras tanto, recuerda episodios salpicados de su vida vividos con ella, la dulce aspereza de la pasión, los viajes, los desencuentros, la aventura, la acción, la suerte y la mala suerte pasan por esos recuerdos hasta llegar al momento en que, bajo el Kilimanjaro, le espera la muerte en forma de hiena. Un cuento en dos planos temporales que siempre que lo leo me emociona y cuyas palabras finales se confunden con “los latidos del corazón”. En Hemingway tal vez había demasiado corazón, por eso se parapetaba detrás de su ruda prosa. Pero esta le traicionaba: era un sentimental.

Kiš (Danilo).- Quizá no sea tan conocido como sin duda se merece, pero el escritor serbio Danilo Kiš es un hito fundamental de la literatura europea. Sus libros de relatos Una tumba para Boris Davidovich y Enciclopedia de los muertos, o su trilogía novelesca Circo familiar, tienen una altura literaria abrumadora y conducen al lector por un sinfín de historias inesperadas, tan mágicas como las de Kafka, Leo Perutz o Natalia Ginzburg. Se emparenta con Borges, y con razón: al leerlo, hay de pronto algunas páginas que podrían ser firmadas por el gran argentino. Danilo Kiš huyó y luchó; siempre criticó la opresión, renegó del fariseísmo comunista y vivió torturado por una sociedad que aplastaba al individuo y entronizaba el totalitarismo. Su obra es tan grande como sobrecogedora. Vivió en malos tiempos y escribió para ser póstumo. Se suicidó en París en 1989 con cincuenta y cuatro años, pero su literatura está más viva cada día.

Kundera (Milan).- De este excelente maestro de la novela irónica tengo predilección más bien por sus ensayos sobre literatura y música. Cito, por ejemplo, Los testamentos traicionados, El telón o El arte de la novela. Textos con criterio maravillosos, lúcidos y fecundos. Diderotiano empedernido, Kundera es de esos escritores que aúnan escritura, lectura y conocimiento para ofrecer esa mezcla como un combinado de placer incomparable. Además, ama y comprende a Janácek y a Cervantes como pocos.

 

 

>> Publicado en El Norte de Castilla

 

 

 

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