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Rayuela, Roig, Roth

 

 

 

 

 

 

 

 

Raskólnikov.- Siempre produce un poco de lástima y de ternura el protagonista de Crimen y castigo, novela sin duda genial de Dostoievski. Ese protagonista es Rodión Raskólnikov, estudiante que vive en la miseria y se debate entre crisis morales, su amor por su familia, por su novia Sonia y por el futuro incierto de inhumanidad y brutal pobreza que lo rodea. Solo ve la salida en el crimen de una vieja usurera. Y en ello, buscando la liberación, halla la autodestrucción. Tratando de hacer justicia contra quien estrangula a los pobres, Raskólnikov se destruye a sí mismo. Pero existe la esperanza. Pagada la culpa en Siberia, adonde lo sigue Sonia, la novela termina con una luz en la oscuridad: “Aquí arranca otra historia, la historia de la gradual renovación del hombre, la historia de su regeneración gradual, de su gradual transición de un mundo a otro, de su iniciación en una realidad totalmente desconocida hasta entonces”.

Rayuela.- Cuando se lee Rayuela se está en un baile. Esta novela de Julio Cortázar de 1968, lejos de ser disuasoria por su extraña propuesta de ir de unas páginas a otras en la lectura, es una novela-tango o una novela-milonga, que se baila como se lee. Vanguardista por su forma osada y clásica por la inmensa humanidad de las historias que contiene, es una novela inagotable que vale la pena leer cada veinte años, porque cada veinte años se renueva en la mente del lector.

Realidad.- Desde que el tiempo es tiempo, la humanidad se hace siempre la misma pregunta: ¿existe la realidad? Es una pregunta con trampa, porque lo que se quiere preguntar de verdad es si existe la realidad objetiva, exenta de toda percepción subjetiva. Esto ya se lo preguntaba Hume con elegancia y concluía que no, no existe la realidad objetiva, salvo que la llamemos hechos. Los hechos existen. La realidad, en tanto que escenario de los hechos, sí es objetiva, pero de inmediato pasa a ser subjetiva al entenderse como una vivencia de esos hechos, es decir, cuando se convierte en experiencia e interpretación. La literatura, en cualquier caso, es el camino ideal de la experiencia y la interpretación, y no se me ocurre mejor vehículo para subjetivar la realidad que su abstracción en palabras. Lacan, gurú de la tribu de los psicoanalistas complicados, hacía una distinción extremadamente maniquea, cuando decía que la realidad no existe, pero, en cambio, lo real sí. Claro que muchos tienen a Lacan más por un chistoso de lo absurdo que por un pensador.

Realismo(s).- El lector español escogió a Sancho Panza en lugar de a don Quijote y eso cambió el concepto de realismo en la literatura española. Por citar escritores de épocas diferentes: ¿son realistas Valle-Inclán, Manuel Longares, Andrés Barba, Pilar Adón o Mercedes Cebrián? Lo son, a la manera quijotiana. La manera sanchopancesca abrazo el costumbrismo de carácter casticista (Almudena Grandes, Vázquez Montalbán, Miguel Delibes). Por otro lado, el realismo costumbrista se ha refugiado en la novela negra, donde se enmascara de crítica social y de descripción urbana, sin demasiada originalidad, pero con mucha conexión con el lector. Luego está el realismo socialista de tesis, doctrinariamente didáctico: Belén Gopegui e imitadores. Un caso interesante, por ejemplo, es el de Patria, la exitosa novela de Fernando Aramburu, en la que se juega a las dos cosas: al costumbrismo y al didactismo. Y ha arrasado. Luego hay una corriente –muy amplia– de literatura que aborda y se enfrenta con la realidad, que la fija, la nombra y la metaforiza, pero desde una distorsión del realismo convencional. Es una línea más universal, más neutra, menos hispana. Un realismo antirrealista, por así decir.

Relectura.- Placer de madurez asimilado al descubrimiento. Es gozosa la experiencia de volver a visitar libros que leímos en otra época y descubrir en ellos algo nuevo: libros que no nos gustaron y ahora nos apasionan, libros que nos apasionaron y hoy nos aburren, libros a los que fuimos indiferentes y ahora, al releerlos con nueva óptica, nos ganan definitivamente porque encerraban un tesoro que ha tardado en aflorar. Es el placer de poseer una biblioteca, armada con los libros acumulados con los años, en la que perderse y hallar inesperadas islas donde ser feliz, esos libros que reviven por segunda vez y que, en la madurez de ambos, del libro y del lector, se encuentran y se poseen mutuamente como amantes inesperados.

Roig (Montserrat).- Dejó una obra precursora y siempre se lamentará su temprana muerte (1946-1991). Supo describir el mundo de la burguesía catalana con tanta fuerza como Josep Mª de Sagarra o Ana Mª Matute, y fue de las primeras escritoras españolas en aportar un aire de modernidad verdadera a la narrativa post-franquista. Feminista, mujer comprometida con su tiempo, valiente y crítica contra todo poder. Viajó, escribió sobre lo que vio y nos dio novelas inolvidables, como El temps de les cireres, L’hora violeta o La veu melodiosa. Una escritora que abrió caminos.

Roth (Henry).- Escritor descomunal, este Henry Roth (no confundir con Philip ni con Joseph). Escribió dos obras maestras, que en realidad son una sola unidad: Llámalo sueño, novela que publicó en 1934, y la novela infinita A merced de una corriente salvaje, publicada en cinco partes a raíz de la muerte de su autor, en 1995. Es un monumento de la literatura norteamericana, comparable a Faulkner o a McCullers o a O’Connor. Su historia es singular: ajeno al mundo literario, fue fontanero, matemático, enfermero y criador de patos; vivía en una caravana y hablaba con su ordenador, al que llama Ecclesias en sus novelas; escribió su obra magna y exigió que se publicase tras su muerte. Nada ni nadie se parece a él.

 

>> Publicado en El Norte de Castilla

 

 

 

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