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X

Xenofobia, Xiros, XIX

 

 

 

 

 

 

 

 

X.- Término simplificador del desconocimiento. He aquí por qué. Debido a la facilidad que entraña su trazado (dos palos en aspa) es una letra de doble significado, cercano al símbolo. Primero: porque representa la ignorancia y el analfabetismo. Segundo: porque expresa la ausencia de identidad y la presencia de un secreto. Ignorancia y misterio, por tanto, usan la misma forma: desconocimiento. Por extensión, se vincula al temor y a la reprobación: las personas marginadas de una sociedad, por extrañas o malditas, son marcadas con una X. Las incógnitas matemáticas también. En literatura abundan los personajes así: un doctor X, un míster X, una madame X, una espía doble llamada X, un arma secreta X, un pirata X, la X como alguien a quien no se desea nombrar… La equis es una letra de incalculable elocuencia enfática, pero siempre conduce al mismo callejón sin salida: el desconocimiento.

Xanadú.- La ciudad así llamada y fundada por Gengis Kan fue famosa por la “cúpula de placer” –léase lugar de felicidad absoluta y prolongada– que el gran mogol situó en ella. La inmortalizó el romántico inglés Samuel Taylor Coleridge en su poema “Kubla Khan”, cuyo inició es memorable: “En Xanadú creó Kubla Khan una imponente cúpula de placer por la que discurre el río Alf a través de cavernas inconmensurables bajo un mar sin sol”. Se dijo que Gengis Kan dejó inconcluso ese palacio del placer, y quizá por ello, todos cuantos han tratado de reproducirlo han fracasado, logrando tan solo una parodia del exceso (véase la película Ciudadano Kane).

Xantopsia.- Variante de la cromatopsia que hace ver amarillentas todas las cosas. Para algunos, es consecuencia de la ictericia; para otros, una deformación del iris que cromatiza la mirada en un mismo tono ocre claro. Van Gogh la padecía. Tristan Corbière, con su libro Amores amarillos, quizá también. Pero, en realidad, pienso en el maravilloso cuento de Raymond Carver “Tres rosas amarillas”, dedicado a la muerte de Chéjov. El relato de Carver consigue impregnar la lectura del tono amarillo de la piel del enfermo. Y se añade, además, el dorado del champán que beben como despedida, y el pelo rubio del joven, cuyo nombre se desconoce, que trae inopinadamente un jarrón con tres rosas precisamente amarillas, y la viva luz del sol que inunda la estancia, en fin, todo es del mismo amarillo que rezuma la obra entera de Chéjov, quizá xantópsico literario.

Xenofilia.- Afición a lo extranjero. Es el lado de fuera de la frontera: lo exterior es lo distinto. Se alimenta de la curiosidad por saber cómo será eso distinto. El exterior, por tanto, es imaginado. El bárbaro es un espacio que llamamos allá, es el no-yo por antonomasia, y, a veces lo deseamos. Los libros de viajes y de aventuras son su mejor exponente. La buena literatura, en general, aspira a salir al otro lado de cualquier frontera.

Xenofobia.- Odio a lo extranjero. Es el lado de dentro de la frontera: se pretende que no penetre nadie para que no dañe lo que somos. El extranjero es odioso por ser la amenaza, y la amenaza consiste tan solo en que es extranjero. El nosotros es un espacio que llamamos aquí. El bárbaro es el no-aquí por excelencia y, por tanto, desubicado y detestable. Las novelas de la vida provinciana lo reflejan. La mejor historia al respecto: El desierto de los bárbaros, de Dino Buzzati.

Xiros.- Es la isla de “La isla a mediodía”, el cuento de Julio Cortázar en Todos los fuegos el fuego. Se trata de una isla ficticia del Egeo que el protagonista, Marini, ve como “una tortuga que sacara apenas las patas del agua”. Marini, empleado de una línea aérea, observa la isla desde el avión. Después de pasar sobre ella varias veces, Marini se obsesiona y se figura una vida allí idealizada. Concibe Xiros como un isla al margen del turismo, pura y salvaje. Ver la isla era como soñar con esa isla, desde lo alto. Al final cumple su obsesión por ir hasta ella en un pequeño barco. Descubrirá que, una vez en Xiros, no podrá salir de allí y terminará muriendo en esa isla por la que nadie pasa ni pasará nunca. Gran cuento del gran cuentista argentino.

XIX (grandes obras del siglo).- Indicar los autores de las siguientes obras: Childe Harold – Los miserables – La Cartuja de Parma – Madame Bovary – Las flores del mal – Guerra y paz – Los papeles póstumos del Club Pickwick – La educación sentimental – La Regenta – Huckleberry Finn – Las ilusiones perdidas – Jane Eyre – Ana Karenina – Los pazos de Ulloa – Frankenstein – Fortunata y Jacinta – Los Virreyes – Moby Dick – Los hermanos Karamazov – Lord Jim – Memorias de ultratumba – Hojas de hierba – La vuelta al mundo en 80 días – Sonatas – Antes de la tormenta.

Xraf.- El escritor, traductor y diplomático sueco Peter Landelius me regaló la información sobre un misterioso ser alado llamado xraf. No especificó si el xraf es un ave o un ángel –el propio Landelius me manifestó sus dudas al respecto–, únicamente me remitió a su naturaleza ambigua, procedente de la imaginación del gran pintor y escultor Olle Baertling, quien dio forma real a ese misterioso ser cuya existencia muchos habían dicho haber visto, pero pocos o ninguno había sabido fijar en imagen. Solo lo hizo Baertling, cuando creó un ejemplar gigantesco, de más de treinta metros de altura, en una plaza del centro de Estocolmo. Pero las autoridades de la ciudad temiendo que se extendiera la creencia sobre la ambigua identidad del xraf, mitad pájaro, mitad arcángel, la destruyeron a escondida. Sustituyeron luego la escultura por otra mediocre y abstracta, alejada de la belleza que Baertling confirió a ese ser alado tan enigmático. Landelius, me temo, es el único que realmente lo vio volar alguna vez.

 

 

 

>> Publicado en El Norte de Castilla

 

 

 

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