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Yeats, Yocasta, Yuma

 

 

 

 

 

 

 

 

Yate.- Uno especialmente literario, el Narrenschiff, de Archibaldo Olson Barnabooth, el inmortal personaje creado por Valery Larbaud en ese ameno libro que es Obra Completa de A.O. Barnabooth (1913). Parodia divertidísima, a la vez que una deliciosa novela de aventuras, se recogen aquí las andanzas del archimillonario americano Barnabooth, joven ingenuo y generoso, que viaja por Europa por todos los medios: los “grandes expresos europeos”, los coches de lujo y, por supuesto, su yate “de nombre grotesco”, como él define al suyo y cuya traducción del alemán es La nave de los necios (en homenaje al libro homónimo del erudito germano del siglo XV Sebastian Brant).

Yeats (William Butler).- Este poeta irlandés inclasificable (1865-1939), simbolista tardío y surrealista adelantado, aportó a la poesía universal el misterioso misticismo céltico que recorre una fascinante parte de la poesía europea a través de una cadena con eslabones como Dylan Thomas, Seamus Heaney, José Ángel Valente, Antonio Gamoneda o Julio Llamazares.

Yehoshua (Abraham B.).- Novelista israelí (Jerusalén, 1936) de orígenes sefardíes, su obra es amplia y variada, rompedora y clásica a partes iguales. Tres de sus libros son extraordinarios: El señor Mani, crónica muy original de varias generaciones escrita mediante cinco diálogos que van hacia atrás en el tiempo, de 1982 a 1848. Viaje al fin del milenio, viaje de un judío por la Europa del siglo X. Y El responsable de recursos humanos (en España traducido como Una mujer en Jerusalén), implacable retrato con tintes de comedia negra de la sociedad israelí actual hecho a través del periplo que emprende un grupo de personas para llevar a su pueblo natal el cadáver de una mujer muerta en un atentado. A Yehoshua, merecedor al premio Nobel tanto o más que muchos de los siempre citados como candidatos, lo han comparado con Faulkner y con Lampedusa. Si recuerda a los dos es debido a que tiene la fuerza y la sutileza de ese tipo de escritores. Honesto y exigente, siempre ha huido de la autocomplacencia, por eso leerlo es embarcarse en una aventura cuyo destino nunca es previsible.

Yeti.- Bruce Chatwin, en su siempre sorprendente libro ¿Qué hago yo aquí?, tiene un capítulo dedicado a la búsqueda del Yeti. Cuenta que, viajando por el Tíbet, supo que “hay dos clases de yetis: los mih-teh, que matan a la gente, y los dzu-teh, que solo matan animales”. Le dijeron que quien lo mirase a los ojos directamente “estaba condenado a morir”. Claro que siempre hay excepciones. Y Chatwin conoció a una mujer que se libró de morir tras ser atacada por un yeti. Sucedió en 1974. La mujer se llamaba Lakpa Doma y cuidaba de tres yaks. El yeti “apareció de detrás de una roca y la arrastró hasta el arroyo, la dejó allí y regresó a matar a los tres yaks torciéndoles los cuernos. La bestia tenía ojos amarillos, cejas sobresalientes y sienes hundidas”. La policía que, por lo visto, acudió a ver los yaks muertos dijo que aquello no podía haber sido hecho por ningún humano. Chatwin comprendió que era “una especie de dios”.

Yidis.- Es el idioma alemán mezclado con formas lingüísticas hebreas que hablaban los judíos askenazíes de la Europa del Este antes del Holocausto. Los más famosos autores en yidis son Shalom Aleijem e Isaac Bashevis Singer. La concesión del Nobel a este último, quien toda su vida escribió en yidis, vino a reconocer su subyugante literatura. El famoso musical El violinista en el tejado, basado en Tevie el Lechero, de Aleijem, junto con la obra pictórica de Marc Chagall, supusieron la mundialización del universo rural donde se fraguó esta lengua ya periclitada y que tuvo una época de oro en el teatro judío argentino del primer tercio del siglo XX, como bien relata Edgardo Cozarinsky en su deliciosa novela El rufián moldavo.

Yo.- Dícese de los órganos recubiertos de una piel cuya apariencia repetida ante un espejo identifica la imagen con la voz que emite esa palabra: yo. A partir de ese hecho, todo lo demás es ficción (historia, personalidad, carácter, clase social, etc.). Tienen siempre más interés el y el nosotros. Y, en materia literaria, un buen él/ella/ellos es imbatible.

Yocasta.- Conocida en la Odisea como Epicaste y en las obras de  Sófocles y Eurípides como Yocasta, la esposa de Edipo tiene el pequeño (y fundacional) lío de haber sido previamente su madre. ¿Y cómo fue posible? La historia mitológica advierte de que ni una ni otro se reconocieron como madre e hijo cuando se casaron y fecundaron varios vástagos. El destino será trágico para ambos, cómo no. Al saber del doble incesto, Yocasta se ahorcó y Edipo se cegó a sí mismo clavándose en los ojos la aguja del pelo de su madre e inició luego una vida errante de la mano de su hija Antígona. Es una figura muy interesante para la cultura, porque rompe el tabú desde todos los frentes posibles, pero los dioses no le dieron fortuna, sino desgracia. Madre y esposa y madre, todo en la misma secuencia y con el mismo hombre. Puede que sea un mito que ha conformado los sistemas represivos y de control socio-antropológico, pero no es nada nuevo entre ciertos pueblos. Yocasta, lejos de ser una aberración, es una variante.

Yuma.- Esta pequeña ciudad de Arizona, famosa antaño por su terrible prisión, contiene la esencia de las novelas del Oeste con suspense, una especie de género negro-western, sobre todo gracias al relato “El tren de las 3:10 a Yuma”, cuyo autor es el prolífico Elmore Leonard. Leonard nos dejó relatos del Oeste que son prototípicos de esta literatura popular. Muchos pasaron al cine. Los más memorables son “El rastro de los apaches” o “Infierno en el Cañón del Diablo”, ambientados también en la Arizona del XIX.

 

 

>> Publicado en El Norte de Castilla

 

 

 

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