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Ñ

Ñaque, Ñoqui, Ñu...

 

 

 

 

 

 

 

 

Ñ.- Letra identitaria. Eminentemente panhispánica. Resto ingenioso de la transformación de algunas palabras históricas que contenían dos enes (nn) contiguas, para devenir una letra nueva (ñ). Quizá el origen sea la hábil economía de un escribiente anónimo, en algún monasterio del siglo XIII, quien sustituyó las dos enes por una sola, añadió una tilde como advertencia para su pronunciación palatal nasal y de ese modo logró un cierto ahorro de tinta; o tal vez fuese una diversión caprichosa del escribiente primigenio que adoptó esa forma para equivaler a un sonido nuevo. Otras lenguas adoptaron métodos menos ingeniosos, como grafiar el sonido mediante apoyos: nh, ny, gn, etcétera. En la última edición del DRAE solo 78 palabras comienzan con esta letra. Es una letra simpática y tozuda. Ha resistido al dominio anglosajón en el diseño de teclados QWERTY para ordenadores y se sitúa en ellos, por derecho propio, al final de la segunda fila de letras, junto a la L. Letra heroica, bizarra, de belleza tosca y uso inverosímil. A España la define y la singulariza. La ondulación de la virgulilla la torna aérea y ligeramente infantil. Cervantes la habría considerado cercana y noble.

Ñam-ñam.- Sinónimo de hambre, más bien caníbal, a punto de ser saciado. Así aparecía en algunos cómics del maravilloso TBO de mi infancia. Recuerdo los dibujos de Coll en las que aparecía un cazador con monóculo (lo que lo convertía de inmediato en inglés) seguido de un porteador negro, por lo general más inteligente. Recuerdo Las aventuras de Eustaquio Morcillón y Babalí, de Marino Benejam. En muchas de ellas, los blancos solían acabar dentro de una olla entre antropófagos parlanchines que discutían sobre el guiso, mientras alguno pensaba un “Ñam-ñam” imaginando el futuro festín que lo esperaba.

Ñaque.- Hay una magnífica obra teatral de José Sanchís Sinisterra, Ñaque o de piojos y actores, centrada en el Barroco español, en la que dos actores de poca monta, Ríos y Solano, van por el mundo contando sus historias y sus miserias mediante unos sabrosos y acerados diálogos. Es la representación mejor de lo que es un ñaque (en origen, “algo inútil y de poco aprecio”), nombre que desde el XVII se ha dado a las compañías formadas por una pareja de actores o de actrices que actúan juntos.

Ñiquiñaque.- Eduardo Mendoza, en El laberinto de las aceitunas, emplea este término para referirse a alguien como mierdecilla, chisgarabís o insignificancia supina. Lo asocia a términos insultantes, como colilla, paria, buñuelo y zarramplín. Es muy mendozino esto de poner a parir con elegancia gamberra. El humor ha caracterizado buena parte de las novelas de Mendoza, aunque para mí no es lo mejor de su literatura, que sería más bien una propensión a demoler la burguesía. Pero no puede evitar trufar su autocrítica de clase con la palabra carcajeante y el chiste sutil. Le desborda la chanza ocurrente, a Mendoza.

Ñixx.- Personaje extraterrestre de ciencia-ficción más bien subalterno. Ñixx (pero, ¿por qué esa Ñ?) aparece por primera vez en una novela norteamericana de género fantástico de los años 60, El círculo atómico de Megarón, cuyo autor –en cubierta al menos– era Jack Craviter, seudónimo no confirmado de la novelista y pintora británica Jane Colman, fallecida en 1999. Esta novela tuvo un efímero éxito en 1964 y en ella Ñixx es un robot de otra galaxia pero fabricado con una materia maleable casi humana. Tiene capacidad de modificar su naturaleza en función del deseo de su poseedor: su idioma, su sexo, sus conocimientos, su bondad o maldad cambian en función de las veleidades de su dueño. Se convierte, así, en la proyección fáctica de su amo, gracias a la ambigüedad moral de su naturaleza. Con la ventaja añadida de que nunca muere. Su virtud es la palabra. Puede dialogar incansablemente hasta abatir a su interlocutor. Ñixx aparece como personaje de contrapunto, más bien menor, en otras dos novelas más de Craviter, pero terminó por ser uno de sus favoritos. En una ocasión, Craviter (o Jane Colman, en realidad) reconoció que algún día escribiría un libro entero sobre Ñixx. Quizá explicaría en él esa Ñ del nombre que tanto me atrajo. Que se sepa, no llegó a hacerlo.

Ñoqui.- Suena a personaje italiano que se come a sí mismo. Podría formar parte de una receta de La cocina caníbal de Roland Topor: “El señor Ñoqui se preparaba un plato de idem para almorzar”.

Ñu.- La belleza de este antílope africano, de pelaje pardo oscuro y gran tamaño, entre vaca y cebra, es mitológica. Sobre todo, por su cabeza con testuz de toro. El jesuita aragonés Raimundo Cardelagua, en su obra Fauna mesoafricana, obra que data de 1789 y casi inencontrable hoy en día, imaginó un paralelismo entre el ñu y el Minotauro. Desde luego, solo la cabeza de toro los emparenta. El Minotauro de Creta era un humano con cabeza de bóvido y se llamaba, en realidad, Asterio, y, por arbitrio del dios Poseidón, era hijo del cruce contranatural entre una mujer y un toro. Por su monstruosidad, fue encerrado en un Laberinto cuya salida era imposible, de puro enigmática. Cardelagua, al referirse al ñu, lo describe como “figura de poderío soberbio, perfil cretense y temible embestida, con afilados cuernos en forma de U cerrada tanto en macho como en hembra, por lo que de lejos se confunden”. Y añade: “Aunque siempre se los ve en manadas numerosas, suele ser frecuente tener al ñu por animal solitario”. Esto lo une aún más al Minotauro, que representa la soledad de la Bestia por antonomasia, como sugirió Jeanne Marie Leprince de Beaumont en 1756 en su famoso cuento de espíritu feminista La bella y la bestia. El ñu y el Minotauro, solitarios y confusos, terribles y apenados.

 

>> Publicado en El Norte de Castilla

 

 

 

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