Primera Persona › Textos PersonalesHielo en el alma del forastero (y II)

Hielo en el alma del forastero o mi Valladolid contradictoria (y II)

Cuando voy a Valladolid, ya nada me recuerda a mis fantasmas más que mis libros -'Mampaso' (1990) y 'Café Hugo' (1999)-, pero tal vez por eso acudo a ella como un forastero que se sitúa sobre un escenario, sobre un lenguaje, y ve una ciudad que se ha restablecido de la sangría urbanística que el gran estafador Girón de Velasco, cuando era Gobernador de la ciudad, le produjo con su fuerte especulación y los sobornos y desvíos financieros que realizó.

Esta ciudad está hoy normalizada. Es un feudo del Partido Popular, dicen, pero ha tenido el Alcalde socialista que más ha durado en el cargo en la Democracia. Lo cierto es que ya ha pasado a la Historia política del actual gobierno el peso específico del “Grupo de Valladolid”, núcleo aznarista influyente. Con algunos de ellos compartí aulas en el Colegio de Lourdes, donde aprendí del hermano Eduardo, "el Rata", francés y filosofía. Y mucho cine, pues a ese Colegio debo el amor al cine. Un amor que la ciudad ha tenido siempre y en exclusiva: ahí está su Festival Internacional, uno de los más reputados del mundo.

Pero creo que aún guarda estigmas de una ciudad con mal clima -veranos tórridos, inviernos crueles, y siempre el viento húmedo, frío, desapacible-, soberbia, tardía en lo nuevo, frustrante, limitada, paralizada. Como en la Vetusta de Clarín o en la Ruán de Flaubert. La acción siempre ha sido patrimonio de las ciudades donde todo era posible, desde el mito a las sorpresas, a lo nuevo. En Valladolid me ha costado imaginar algo nuevo, algo de acción. Dicen que hay cambios, ojalá. Clarín y Flaubert, Umbral y Delibes, duros los cuatro, tuvieron piedad. Yo, a su estela, voy teniendo esa piedad, pero me jode.


 

© 2008 Adolfo García-Ortega  Todos los derechos reservados