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Cómo volver a creer en la política(y II)

Escribió Roland Barthes con brillantez que la política es “un espacio obstinadamente polisémico, el sitio privilegiado de una interpretación perpetua”. Comparto esa visión movediza, líquida, de la política. Hacer política es aportar ideas sin miedo, aunque sean arriesgadas. Hacer política es ir, en ocasiones, incluso contra el electorado objetivo que los políticos creen tener. Ejecutar las ideas desde una perspectiva colectiva requerirá estar por encima de las ideologías enfrentadas. Hoy en día no es tan inasumible la frontera ideológica, porque la confrontación derecha-izquierda no puede ceñirse tan solo a una serie de prejuicios irreconciliables. El apriorismo daña al político. Como le daña la estrategia de la revancha, cuando lo que el ciudadano desea es la vía de la construcción mediante el consenso y el pacto.

Ahora la ciudadanía tiene valoraciones muy matizadas de las cosas, asume criterios ponderados, incluso contradictorios. El político ha de aprender de la ciudadanía. La sociedad de hoy manifiesta una visión plural incluso dentro de un mismo bando, en un mismo ciudadano, y eso se traduce en controversia, no en incoherencia. La contradicción, en política, puede sumar más que restar, porque introduce la revisión y el análisis.

Y todo esto que podría parecer ingenuo, es, sin embargo, necesario. ¿Por qué no reivindicar un papel elevado e idealista de la política? Desde su origen, este fue el motor de la dedicación profesional del político: articular un ideal por cambiar las cosas en la práctica. Pero requiere un factor esencial a la hora de esa práctica: la ejemplaridad. Es un rasgo moral que enaltece al político, sin el cual el político es un mero arribista. Hoy más que nunca, aparte de la formación y de la capacitación para gestionar y dirigir, se precisa honestidad y decencia. Exijámoselas a aquellos que se presentan a las urnas. Ya que se supone que en las urnas hallaremos a los más capaces y a los mejores. Gente que piense y ejecute, invente y aporte soluciones.

En la renovación de la política, el primer objetivo es abatir el abuso de los privilegios, el uso injusto del poder. Un concepto nuevo de la política pide paso: las mayorías absolutas ya no pueden ser un cheque en blanco por cuatro años; eso, más que democracia, es abuso de la inocencia democrática. Hay muchas minorías a tener en cuenta, incluso dentro de la aparente mayoría. La aportación de lo distinto es lo que enriquece la política. Ese es el discurso que la ciudadanía espera escuchar; no el de la imposición o el rencor. Ni el de la prepotencia. Hay que creer otra vez en la política como inventiva, creatividad, arrojo, generosidad, diálogo, valentía para buscar lo necesario y aplicarlo con medidas consensuadas.

Los políticos no pueden tratar de idiotas a los ciudadanos. Estos, por su parte, no pueden ser indulgentes a la hora de elegir políticos que les representen. Son tiempos de buscar cauces nuevos dentro de los partidos tradicionales y también al margen de los partidos tradicionales. Cauces asociativos por diversos criterios o motivaciones. Usar las redes sociales, los medios que ofrecen las comunicaciones inmediatas, utilizar la calle como foro.

Si no somos exigentes con los políticos (y las políticas que estos han de aplicar), tendremos los políticos que nos merecemos. ¿Es así? ¿Nos merecemos a estos políticos? Las mayorías absolutas no pueden ni deben ser paréntesis inhibidores para los ciudadanos. Estos han de seguir influyendo en los representantes. Un Congreso vallado desde hace meses es la peor imagen de la política: recordémosles que ellos solo son la sartén, la legitimidad del mango es del pueblo.

Publicado en El País el sábado 14 de septiembre de 2013.


 

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